¿Será el equilibro entre lo que se dice y lo que no se dice uno de los aspectos más importantes del lenguaje del cine? Seguramente sí, hasta el punto de que una película como La palisiada no tendría ninguna razón de ser si no fuera por eso. Para empezar, el título se refiere a la expresión que suele utilizar uno de los personajes para referirse al exceso retórico, al oxímoron expresivo, todo ello aclarado en una escena demasiado explicativa que, a su vez, resume la esencia del film: también este debut en el largometraje de Philip Sotnychenko se basa en la reiteración incesante de una gran cantidad de temas que se despliega en varias direcciones, desde el análisis político hasta la investigación sobre el propio medio cinematográfico pasando por las estructuras narrativas utilizadas para contar todas esas historias. Al principio, se trata de lo que luego sabremos que es un prólogo culminado con un disparo. Luego, tras la aparición del título del film, nos enteramos de que estamos en Ucrania, en 1996, unos años antes de la secuencia anterior, y de que vamos a ser testigos de una investigación oficial que conducirá a otro disparo, esta vez como ejecución de una pena de muerte. En medio, a Sotnychenko le da tiempo de todo, pues mientras la representación parece depender de una extraña autoconciencia –de vez en cuando un personaje mira a la cámara, el hecho de filmar y ser filmado forma parte de todo lo que vemos, las texturas de la imagen son tan importantes como lo que muestra–, el relato evoluciona a través de abruptas elipsis que a menudo impiden aviesamente a la audiencia hacerse con todos los datos. El resultado, en fin, es a la vez fascinante e irritante, pues mientras la deriva de las imágenes se hace progresivamente hipnótica, se desarrolla a trompicones entre los que se deja entrever la miseria de una época y un país con insólita ferocidad, llega un momento en que el carácter mecánico de esta estrategia desemboca en una opacidad demasiado amanerada como para resultar del todo convincente. Saber qué decir y qué no también es todo un arte. Carlos Losilla