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Carlos F. Heredero

El cine según Hitchcock (1966), el decisivo libro de François Truffaut, no fue el primero que se publicó sobre el director de Extraños en un tren. Sus compañeros de Cahiers du cinéma Éric Rohmer y Claude Chabrol se le adelantaron nueve años al publicar, en 1957 (cuando el cineasta británico no había filmado todavía obras tan fundamentales como Vértigo, Con la muerte en los talones, Psicosis o Marnie), un lúcido ensayo titulado escuetamente Hitchcock (traducción española: Manantial, Buenos Aires, 2010) que abrió camino al estudio concienzudo de un creador al que, hasta ese momento, se le tenía únicamente por un habilidoso entertainer.

En lo que sí fue realmente pionera la iniciativa de Truffaut fue en el hecho, estrictamente político y programático, de dedicar un libro entero a una única entrevista con un único director. La entrevista como método de análisis, como herramienta crítica utilizada para diseccionar el estilo y las obsesiones de un creador. La entrevista como terreno de juego para discutir con el autor las determinaciones lingüísticas, el sentido moral y las referencias temáticas de las imágenes. Una discusión que en aquel caso, además, se libraba entre dos directores (Truffaut había realizado ya en esa fecha Los 400 golpes y Tirez sur le pianiste), dos realizadores que sabían perfectamente de lo que hablaban, aunque uno –el francés– pusiera en juego todo el instrumental analítico conquistado gracias a su incisiva práctica como crítico y otro –el inglés– jugara con las armas que le conferían su maestría técnica y su particularísimo universo poético.

Ahora el libro resucita, de alguna manera, en Hitchcock/Truffaut (2015), la película que otro crítico de cine, el norteamericano Kent Jones, ha construido alrededor suyo o, más exactamente, tomándolo como pretexto para volver a indagar en los secretos fílmicos de un creador en verdad inagotable. Surge así una pieza ejemplarmente didáctica, que sabe utilizar de nuevo las más nobles herramientas de la crítica (las entrevistas con otros directores, la disección de las imágenes, el desglose de la planificación…) para proponer a sus espectadores un discurso reflexivo sobre la propia naturaleza del cine.

Las armas y el instrumental de la crítica, por tanto, para volver a tomar conciencia de que son las formas las que nos dicen, finalmente, lo que hay en el fondo de las cosas y de que “el arte es aquello que permite a las formas convertirse en estilo”, como explicaba Godard a propósito del “único poeta maldito que ha encontrado el éxito”.  Y no es irrelevante que haya sido también Godard  (otro crítico y cineasta) quien, haciendo crítica moderna con sus Histoire(s) du cinéma, nos haya explicado por qué “nos acordamos de un autocar en el desierto, de un vaso de leche, de las aspas de un molino. Nos acordamos de una fila de botellas, de un par de gafas, de un manojo de llaves, porque con ellos, o a través de ellos, Alfred Hitchcock triunfó allí donde fracasaron Julio César, Hitler, Napoleón… Tomar el control del universo.”