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Probablemente sería una irresponsabilidad pedirle a La Bête dans la jungle, la extraordinaria película de Patrick Chiha, que fuera ‘fiel’ a la novela corta de Henry James en la que se basa, a su vez uno de los grandes logros de su autor. Sobre todo porque, al mismo tiempo, nada hay más cercano a la obra de James que el film de Chiha, quizá no tanto en espíritu ni en intenciones como en atmósfera y tono, por mucho que una sitúe su acción en los inicios del siglo XX y el otro en sus postrimerías, desde 1979 a 2001. Extremadamente estilizada, casi hasta la abstracción, la película se niega a ser un ‘film de época’, una adaptación de prestigio, y opta por localizar la acción en una discoteca de la que prácticamente se nos prohíbe salir y desde la que vemos el alucinado transcurrir de la Historia, de la victoria de Mitterrand a la caída de las Torres Gemelas, pasando por la funesta eclosión del SIDA o la caída del muro de Berlín. Y todo ello desde el punto de vista de un hombre y una mujer, de su extraña relación, de su deseo imposible, el primero consagrado a la obsesión de que algo extraordinario, quizá por irreversible, va a suceder en su vida –como si lo acechara una bestia oculta en la jungla– y la segunda fascinada por ese sacerdocio imposible, ambos dándose cita periódicamente en el templo de la danza que custodia una misteriosa guardiana significativamente interpretada por Béatrice Dalle. Chiha y sus colaboradores –entre ellos la guionista Axelle Ropert y la directora de fotografía Céline Bozon– conciben ese universo improbable desde la irrealidad más absoluta, a través de difusos filtros cromáticos que crean un ambiente no tanto onírico como puramente mental, en absoluta consonancia con las intenciones de James. Los constantes planos de multitudes bailando al son de la dance music de las últimas décadas del siglo pasado dibujan una sensación de misterio siempre en la frontera con el enigma planteado. Y, en fin, esa misma inminencia de la catástrofe, de un mundo que se acaba violentamente para que nazca otro, tenía tanto sentido en los inicios de un siglo que traería dos guerras mundiales como lo tiene en los de este otro que hasta ahora mezcla utopía y apocalipsis a partes iguales. El verdadero secreto reside en el conflicto entre egoísmo y entrega, mundo interior y mundo exterior, que ya entrevió la obra original, pero también en el del lenguaje –literatura, cine– todavía capaz de hablar de eso, en el fondo el gran tema de la inabarcable nouvelle de James que Chiha pone en clave contemporánea. Una película ejemplar en muchos sentidos a la que habrá que volver una y otra vez. Carlos Losilla