En la mayoría de las ocasiones cuando se habla de neorruralismo se utiliza la idea de que mirar el campo implica hablar de una pérdida y del abandono de un modo de vida. En esta mirada surge una poética que acaba asociando la vida en el campo con un mundo idílico o con cierto sistema de vida equilibrado, con otra temporalidad que desafía al mundo urbano. As bestas de Rodrigo Sorogoyen confronta dos mundos rurales. El primer mundo es el de los que siempre han estado allí, como los hermanos Anta. Son los ganaderos que han nacido junto a sus vacas, que han perdido la razón intentando domesticar a los caballos salvajes y que viven del miedo a la alteridad. Son los que han convertido su pequeño mundo en el único mundo posible y que, desde su propia miseria moral y humana, se sienten atrapados en un campo sin horizonte. En el otro lado están los neorrurales, aquellos que creen en la utopía de que en el campo residen los únicos vestigios posibles del paraíso terrenal y que dimiten de la vida para encontrar entre las coles, los grelos y las lechugas de su propia plantación el anhelo de una nueva vida. En las paredes de sus casas hay libros, en el garaje una furgoneta para cargar las hortalizas que venderán en el mercado. El viejo mundo odia el nuevo mundo porque lo considera un intruso, mientras el nuevo mundo busca unas alianzas imposibles bajo una mirada paternalista y un tanto ingenua. En una de las mejores escenas de As bestas, los hermanos Anta recuerdan a Antoine que ellos siempre han sido unos miserables y que han sido tan miserables que siempre han olido a mierda, por lo que incluso las mujeres del prostíbulo los detestaban.
As bestas no pretende ser una crónica sociológica de las dos formas de mirar el campo, ni una exploración en la vida oscura que se esconde tras las granjas, sino un peculiar thriller lleno de violencia verbal y física. En su primera parte, en la que la tensión entre los lugareños y los franceses que se han instalado en el pueblo, no cesa de ir en aumento, puede parecer que nos hallamos ante una revisión de Perros de paja de Sam Peckinpah. La intolerancia frente a la alteridad provoca que el espectador sienta cómo la tensión aumenta y cómo algo verdaderamente insoportable puede ocurrir en cualquier momento. Sorogoyen sube los decibelios y en un momento determinado los abandona. Mientras en la primera parte estamos ante una película tremendamente viril en la que los hombres y sus cuerpos son los protagonistas, en la segunda parte todo cambia. As bestas acaba siendo una película en la que una mujer y su hija intentan preguntarse muchas cosas sobre las bestias humanas y al hacerlo no solo cuestionan la placidez del campo, sino que también ponen en evidencia las miserias de un mundo en el que la única mujer es la matriarca que lo ha visto todo pero nunca ha hablado, porque el silencio ha sido su estrategia. Sorogoyen nos proporciona muchas pistas sobre los caminos que puede seguir la historia, pero afortunadamente rompe con muchas expectativas y convierte su película en una obra sólida, en una experiencia incómoda pero altamente emocionante. As bestas atrapa y no deja escapar a nadie.
Àngel Quintana