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En la primera secuencia del nuevo film de Bertrand Bonello, Gabrielle se ve envuelta en una metáfora de la alienación fílmica contemporánea: sobre un croma verde, escucha las indicaciones de un director que le obliga a interpretar terror frente a un enemigo imaginario que será añadido en posproducción (la película es una interpretación libre de The Beast in the Jungle, novela de Henry James sobre un hombre cuyo miedo irracional a una futura catástrofe se convierte en una profecía autocumplida, si bien en este caso el cineasta se permite subvertir los roles de género). Ante la amenaza del terror invisible, la imagen se rompe, fragmentándose en un glitch que inmediatamente se transforma en los créditos de apertura. Este brillante comienzo aporta de primeras una de las claves para comprender la nueva propuesta de Bonello: nos encontramos ante un film en constante fragmentación, un laberinto hipertextual en el que los diferentes relatos, géneros, imágenes y referencias se superponen conceptualmente y en el que solo la libre interpretación permite rellenar los huecos.

La Bête parte de un futuro cercano (2044), gobernado por la inteligencia artificial y caracterizado por un sesenta por ciento de paro laboral y un veinte por ciento de trabajo robotizado. Los trabajadores que quieran acceder a ese veinte por ciento restante (entre ellos Gabrielle), deben pasar por un proceso de purificación del ADN que confronta a los sujetos con los traumas de sus vidas pretéritas para, una vez liberados de la amenaza de las emociones, convertirse en máquinas perfectas para el mercado laboral. En este viaje hacia el pasado, Gabrielle descubre que, a lo largo de sus múltiples existencias, siempre ha estado enamorada de Louis. En 1910, ambos vivieron un sensual melodrama de época, filmado en 35 mm, marcado por la trágica inundación de París. En 2014, la pareja compartió un thriller psicológico de tintes lynchianos en el que Louis, un íncel inspirado en el caso de Elliot Rodger, persiguió a Gabrielle hasta matarla.

Los marcos temporales del film se interconectan de forma elíptica, a través de repeticiones, paramnesias y motivos poéticos que permiten a las partes conversar entre sí (las agoreras palomas, o las muñecas cuya evolución presenciamos a lo largo del tiempo, de la fábrica manual de juguetes del siglo XX a los robots fabricados con IA en 2044), para conformar un relato líquido al que no puede hacer justicia una crítica sencillamente escrita, pues para abordar verdaderamente la complejidad de la propuesta debiéramos acudir a los mismos recursos hipertextuales utilizados por el cineasta. Bonello establece una aguda vinculación entre las catástrofes personales y las político-nacionales, a la vez que desarrolla con el mismo halo de misterio y erotismo la conformación de esas dos bestias que suponen el amor y el miedo al futuro. Al mismo tiempo, La Bête no deja de elaborar un discurso sobre el propio acto fílmico y la necesidad de reconocerse en las imágenes pasadas para proyectar otras nuevas hacia el futuro. Se trata de un viaje sensorial, físico, donde el cineasta se reconoce en el Mulholland Drive de Lynch o La edad de la inocencia de Scorsese, pasando por referencias contemporáneas como Trash Humpers de Korine para invitar al espectador a un proceso de hipnosis que requiere de una mirada activa, dispuesta a dejarse arrollar.

Yago de Torres