Una madre joven y sus dos hijas, cercanas a la treintena, comparten silencios y esperas a la luz del sol almeriense. Amanece, el debut de Juan Francisco Viruega en el largometraje, se desarrolla en tres partes dedicadas a cada uno de sus personajes femeninos. Rotas y reflexivas, cada una a su manera, todas se enfrentan a situaciones frustrantes de cambio y transformación. Viruega transita las diferentes etapas vitales colocando la enfermedad de la madre como nexo de unión y catarsis para poner el foco en lo efímero e incomprensible de la existencia. Pero su filosofía, deliberadamente críptica y visualmente efectista, no logra escapar a una estructura irregular y a la falta de rumbo de su discurso. Se aprecia el arduo trabajo previo, se ven las vueltas que se ha dado a una propuesta seria que huye de convenciones y asume los riesgos, pero la cuidada (por pensada) puesta en escena termina por resultar escurridiza. La premisa de arranque, el metafórico viaje de carretera inicial de una pareja con problemas, apuntaba hacia algo distinto. Pronto la cinta se separa del personaje interpretado por Aura Garrido; con ello abandona también el quizás interesante camino al que le hubiera llevado una protagonista que confunde sueños y realidades. Mucho más enigmático y cerrado es el personaje de Iria del Río, la segunda hija, que encabeza la mayor parte de la historia hasta llegar a la autoconclusiva madre: una mujer, interpretada por Isabel Ampudia, que ya ha pasado (y dado un sentido personal) a los momentos que sus dos hijas atraviesan ahora. Deliberadamente huidiza y abstracta, Amanece se maneja en la pausa y el dolor. Resulta curioso que una imagen literalmente tan nítida, tan clara y digital, sea la opción elegida para hablar de nostalgia, duelo y puntos de inflexión vital. Pero cada película es un mundo y lo bueno es que cada amanecer es siempre una nueva oportunidad.
Raquel Loredo