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En un momento de esta película milagrosa –¿qué mejor palabra para definirla?–, un anciano detalla su experiencia en la guerra de Vietnam y luego la cámara se desplaza lentamente para detenerse en una ventana donde exterior e interior, separados por una cortina, se funden hasta diluirse en una masa cromática indefinida. Es el primero de muchos otros travellings, lentísimos pero no solo descriptivos, que pueblan el primer largo de Thien An Pham, la crónica alucinada de un viaje místico, de una búsqueda espiritual, quizá de un sueño o un delirio. Si para André Bazin el cine era capaz de trascender la realidad visible y llegar a su esencia, para algunos cineastas ello puede traducirse en una transubstanciación: la imagen concreta se convierte en abstracta, como sucede en Tarkovski y Antonioni, por ejemplo, para dar a ver un tránsito hacia el conocimiento que nunca termina de definirse. En Inside the Yellow Cocoon Shell, el joven que regresa a su lugar de origen tras la muerte de su cuñada, acompañando a su sobrino y en busca de su hermano desaparecido, acaba inmerso en una realidad alternativa que se le ofrece como enigma a descifrar. Y que el propio cine se encarga de rarificar e interpretar, en un doble proceso que hace de este un film inextricable, pero también de diáfana transparencia, uno de los más fascinantes –literalmente– de los últimos años.

Tiene muchas aristas problemáticas la película de Thien, empezando por su ambiente religioso, localizado en una parte de Vietnam dominada por la religión católica. Pero su condición de experiencia poética en el límite de todo borra cualquier susceptibilidad al respecto y la convierte en una sucesión de set-pieces que interrumpen constantemente el hilo narrativo y lo diluyen en una serie de puntos de fuga muchas veces sin retorno, en los que el tiempo se suspende y el espacio se transforma. Por supuesto, ello da lugar a una película irregular e imperfecta, a veces al borde de una conmovedora ridiculez, pero a la vez irreprochable: es la primera vez en mucho tiempo que este crítico experimenta, en una sala de cine, una sensación tal de arrebato, de estar viendo algo que de otro modo no hubiera conocido, de entrar en un mundo que es simplemente un retorno a los orígenes y un compromiso inalienable con el presente de las imágenes, que da a ver lo real con extraordinaria fidelidad y nitidez –árboles, charcos, carreteras, casas, paredes…– y también lo sitúa más allá de sí mismo. Al poner en duda cualquier ordenación de la realidad tal como la conocemos, Inside the Yellow Cocoon Shell acaba exigiendo su transformación. Y de ahí su carácter radicalmente político, su enmienda a la totalidad de las apariencias para celebrar su belleza, aquella que no puede manifestarse si no es invocada, como las cartas que el protagonista se saca literalmente de la manga para asombro de su sobrino. Habrá que regresar una y otra vez a esta ópera prima que, por ahora, se antoja inagotable. Carlos Losilla