Para Quin Buque, el mundo, su mundo, es demasiado pequeño. Aprisionado por el formato cuadrado de la imagen, el niño protagonista de esta historia siempre está en continuo movimiento, como si intentara librarse de ese reducido encuadre, corriendo para llegar a todo aquello que queda fuera de él. No hay suficiente espacio ahí para todo lo que él siente, o el universo es demasiado grande (ilimitado, como explica en clase el profesor en los primeros minutos de la cinta) como para no esperar mucho más de él. Aunque la mayor parte del tiempo hay cierto escapismo en la forma en que el joven se mueve dentro de las escenas, su ritmo tiende a atenuarse cuando se siente acompañado y comprendido, al contrario que cuando es agredido e insultado por compañeros o por su padre. La promesa de vida extraterrestre, una gran excentricidad a los ojos de los lugareños del poblado, es el resquicio de esperanza de Quin Buque. Es este acto de fe lo que va a revolucionar la vida del joven: sus vínculos familiares y la relación con amigos y demás niños. Hay humor y hay ternura, y hay una suerte de picaresca que recuerda a ese cine infantil que se apoya en la ingenuidad, en la inocencia de un bien que es necesario atesorar como misión compartida por todos. Stars and the Moon es, en definitiva, una invitación a seguir mirando al cielo, es un acto de fe que quizá sea capaz de devolver ilusiones perdidas y, sobre todo, compartidas.

Cristina Aparicio