Aquello de ‘el cine ha muerto’, en los últimos años, se está convirtiendo en otra cosa. Ya ni siquiera estoy hablando de la ‘nueva cinefilia’ que propulsaron Jonathan Rosenbaum y compañía, sino de la aparición de un cine que, por decirlo de alguna manera, ya no toma al cine como referente. Un cine sin cine, pero cine al fin, que tiene sus orígenes en la música pop, el cómic, la televisión, la literatura popular, los videojuegos, etc. Hace unos años vimos Lo que esconde Silver Lake (2018), donde David Robert Mitchell y Andrew Garfield partían en busca de su particular Mago de Oz a través de un viaje laberíntico y psicodélico por el pasado de un personaje ‘fan’ de los géneros y otras hierbas (nunca mejor dicho). Ahora, el segundo largo de Jane Schoenbrun, adecuadamente titulado I Saw the TV Glow, viene a descubrirnos que detrás de los chicos de los 80 y los 90, fascinados por determinadas series televisivas, había personajes melancólicos que llevaron las intuiciones de Serge Daney hacia otra dimensión.
Schoenbrun se toma muy en serio su aventura y descubre que, tras una serie imaginaria de la época, había chicos y chicas por completo ‘enganchados’ a la trama, a la serialidad, a la estética de aquella pantalla fascinante, casi como el Eusebio Poncela de Arrebato (1979), de Iván Zulueta, lo estaba con el cine. Y lo relaciona automáticamente con la mediocridad de los Estados Unidos de la época –de tantas épocas–, que obligaba a esta evasión suicida. La estructura es diabólica: un adolescente accede a ese mundo gracias a una chica mayor que él pero igualmente ajena a la realidad que se vive en su casa y en su país, como si la verdad estuviera en las ficciones, como si solo pudiera sublimar su lesbianismo a partir de ellas. Y eso da lugar a una reflexión que va aún más allá, que alcanza un sentido existencial cuando la chica desaparece unos años y regresa para contar a su discípulo una Verdad por completo alucinada y paranoica. Schoenbrun, durante buena parte del film, maneja este material con soltura, pasando de David Lynch al videoclip con envidiable facilidad, y consigue una emoción genuina cuando sus criaturas se revelan seres vulnerables, frágiles, imposibilitados para vivir un presente aterrador por mediocre. Es una lástima que, en la parte final, la película se empeñe en dar vueltas y vueltas sobre sí misma, y sobre todo que la Gran Parábola sobre la Vida que quiere crear le venga un poco grande, por explícita y visualmente torpe. El resto, sin embargo, merece desde ahora mismo un puesto de honor en el seno de las ficciones autorreferenciales de la historia del cine, precisamente por impugnarla con vivacidad, pasión y una contagiosa tristeza. Si estáis en San Sebastián, no dudéis en ver I Saw the TV Glow en programa doble con My Sunshine, igualmente en la sección Zabaltegi. ¿Es este también un mensaje cifrado por parte del festival?
Carlos Losilla
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