¿Es posible descifrar el silencio? Con su primer largometraje, Belkis Bayrak plantea lo que podría ser una respuesta a este interrogante, una interesante reflexión acerca de la elocuencia del silencio y de la forma en que este trasciende lo que se les escapa a las palabras. Para hacer visible lo que subyace, lo que no se ve a simple vista, Bayrak se apoya sobre todo en la minuciosa expresividad de su protagonista, Gülizar, cuyo rostro condensa y sostiene la contención y la emoción. Siempre observando, la mirada de esta joven es la que apela al mundo sin poder determinar con certeza qué está tratando de expresar, pedir o desear. Esa incógnita es lo que hace tan interesante a este personaje: una franqueza tan ambigua y desconcertante que la hace ser tan real, tan humana. Pero descubrir qué es lo que piensa esta prometida no parece el fin último de un guion para el que son tan valiosos los silencios. Se trata, más bien, de una cuestión de existencia. De constatar que la joven ocupa un lugar en el mundo. Por eso, los planos largos, las largas secuencias y la multitud de reflejos en los que se duplica su imagen son los elementos de una puesta en escena de la que ella se ha apropiado. Su imagen, su presencia, su historia, su relato: todos ellos le son entregados porque son su verdad. Con Gülizar, Bayrak demuestra que el cine no es una forma de combatir el silencio sino la mejor forma de retratarlo, con la certeza de que este revela lo que las palabras no pueden. El silencio pone de manifiesto que algo necesita ser contado, evidencia un grito que estalla dentro. Y es que hay silencios que no necesitan ser explicados, tan solo abrazados.

Cristina Aparicio