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En el origen de Frère et Soeur podemos encontrar un cierto retorno a dos de las mejores películas que ha realizado Arnaud Desplechin, Reyes y reina y Un cuento de Navidad. Estamos ante una película sobre la familia, sobre las viejas rencillas, sobre el odio fratricida y sobre el retorno del hijo pródigo. También encontramos a  un Desplechin que, como cineasta, le gusta moverse por tierras pantanosas, llevando a cabo una constante tensión entre el teatro y la literatura. La representación es el territorio del exceso, del dramatismo exacerbado y de las resoluciones marcadas por la locura y el dolor. En la novela están las historias que se cruzan, los relatos que imitan la vida y crean todo tipo de vericuetos narrativos, de pozos sin fondo que no encuentran su camino. Frère et Soeur es, en cierto modo, un compendio de muchas cosas clave que están presentes en la obra del cineasta de Roubaix. Está la literatura del dolor, Los muertos de James Joyce y la poesía de Emily Dickinson, pero también transitamos por los infiernos de la locura marcados por los antidepresivos los y opiáceos que distorsionan y cambian la realidad.

Frère et Soeur es una película que no puede quedarse quieta, pero que tampoco puede hablar y que toda ella acaba chillando. Su chillido resulta excesivo, a veces demasiado arriesgado y la partida no acaba de concretarse, incluso podemos hablar de un cierto fracaso creativo. Hay un sentimiento de pérdida, de algo que no encaja, pero por el que se ha llevado a cabo una apuesta consciente, que como todo el mejor cine de Desplechin se mueve entre lo sublime y lo ridículo. Frère et Soeur nos muestra a dos hermanos que se han separado. Los celos, el orgullo y las viejas rencillas están en la base del enfrentamiento familiar. También está el dolor de los otros que no ha sido correspondido y la falta de delicadeza ante la impotencia de afrontar los grandes momentos vitales. Hay muchísimas cosas en Frère et Soeur, quizás demasiadas, pero prefiero diez minutos de cine de riesgo que unas cuantas horas de imágenes acomodadas diseñadas en los laboratorios de guion que marcan el futuro de los festivales y el futuro del cine.

Àngel Quintana

De regreso al ámbito familiar por el que se había movido en sus obras mayores (Reyes y reina, 2004; Un cuento de Navidad, 2008), Arnaud Desplechin vuelve a poner en juego toda su querencia por la narración novelesca (en el mejor sentido del término) para contarnos los desgarros y el dolor que explotan de forma intermitente, con inusitada violencia oral y dramática, entre dos hermanos (Louis y Alice) interpretados por Melvil Poupaud y Marion Cotillard, un escritor y una actriz de teatro. Dos hermanos que sufren en su propio interior un odio irracional del que nunca se llega a saber exactamente ni su origen, ni su razón de ser. Radicalmente despojada de explicaciones psicologistas, Frère et Soeur se zambulle a tumba abierta por el precipicio de los sentimientos más incontrolables, de las emociones que nos arrastran, que nos dañan y nos conforman al mismo tiempo.

El cineasta despliega todas sus armas. El teatro, la literatura, las tablas de un escenario y las páginas de las novelas se entrecruzan con la existencia hiriente y dolorosa, con los antidepresivos y con el vértigo de la locura, con la muerte y con los funerales. La vida fluye a borbotones incontrolables, erráticos, fuera de control. Cassavetes (expresamente citado) no está lejos. El dramatismo exacerbado, las interpretaciones en ‘registro alto’ (la de Melvil Poupaud sobre todo, como si quisiera ocupar el papel de Mathieu Amalric en otras películas de Desplechin), los gritos a destiempo, el desequilibrio emocional, la cólera que se desborda… las ráfagas de la vida que se rompe y que resuena sobre las vidas de los otros. Los ecos de Ingmar Bergman también palpitan bajo el diapasón dramático de este film que pone en escena las sombras más dolorosas de la intimidad menos controlable. Importan las miradas, la tensión de cada palabra, la vibración de la atmósfera que se mastica… De esa textura y de estos registros está hecha una de las obras más sinceras que hemos visto hasta ahora en el festival, oscura y luminosa, desigual y desequilibrada como la vida misma, pero también generosa y abierta en canal.

Carlos F. Heredero