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Consejo de redacción de Caimán Cuadernos de Cine.

“Esplendor y madurez de un encuentro”, titulábamos el mes pasado nuestra crónica de la última edición del Festival de Gijón. “Injusticia y pesimismo en el horizonte”, es lo que atisbamos ahora, sin embargo, tras la incomprensible y autoritaria destitución de José Luis Cienfuegos como director del certamen (decidida por el Ayuntamiento de la ciudad) y a la vista de las alarmantes declaraciones del nuevo director: un grave acontecimiento que viene a insertarse, por desgracia, en una larga cadena de sucesos que anuncian muy malos tiempos para la diversidad cultural y para el combate en defensa de la pluralidad artística y creativa.

Primero fueron los importantes recortes que sufrió el festival Punto de Vista (Pamplona) y que obligaron a reconvertir su cita en un encuentro bienal. Después llegó el relevo de Josep Ramoneda y de Jordi Balló al frente del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), artífices de una política audiovisual capaz de generar nuevas formas de relación entre las imágenes del cine y los espacios museísticos. Luego el Festival de Cine Europeo de Sevilla vio recortado su presupuesto en más de un 43%, a la vez que el Ayuntamiento de la ciudad decidía no renovar el contrato a su director: Javier Martín Domínguez. Más recientemente, el director de la Filmoteca de Murcia, Joaquín Cánovas, se ha visto obligado a presentar su dimisión definitiva ante el flagrante abandono del que es víctima esta institución por parte de las autoridades locales.

En medio de este preocupante vendaval, la destitución de José Luis Cienfuegos ha sacudido con especial energía la conciencia de las gentes del cine en este país y también fuera de las fronteras españolas, pues se ha firmado, incluso, un manifiesto internacional que promueve el boicot a la nueva etapa del festival. Lo cierto es que, bajo la gestión de Cienfuegos, el certamen gijonés se convirtió en un lugar de encuentro abierto y participativo, capaz de convocar a lo más vivo y lo más independiente del cine contemporáneo, de galvanizar un plural abanico de energías juveniles y culturales en torno al festival (simposiums, encuentros con creadores, debates, cursos, conciertos…), de generar una amplia y coherente política de publicaciones, de abrir cauces al cine que encuentra dificultades para circular por los canales comerciales, de descubrir a los aficionados españoles algunos de los más esenciales cineastas actuales y de conectar nuevamente al cine con las expectativas de la nueva cinefilia, pero también del público más joven, más inquieto y más deseoso de que se le tome realmente en serio.

Nada de todo ello es fruto de un día, ni de la suerte. Un certamen con este perfil, con su creciente capacidad de convocatoria, con el prestigio internacional que ganaba edición tras edición, con su capacidad de interlocución entre los sectores más jóvenes y más dinámicos de los aficionados españoles, con la plena adhesión de la crítica y de todos los medios de comunicación, se construye paso a paso –a lo largo de muchos años– cuando se tienen las ideas claras, cuando se apuesta con determinación a favor de la excepción cultural, cuando se practica una política no sectaria ni provinciana, cuando se es capaz de aglutinar un equipo competente y eficaz, cuando se gestiona con rigor y con austeridad, sin despilfarros paletos y sin alharacas glamourosas de tres al cuarto, cuando se ven cientos y cientos de películas cada año en busca de lo mejor, sin perder la curiosidad, sin anteojeras, sin prejuicios y sin dogmas, ni viejos ni nuevos, ni elitistas ni populistas.

Los festivales de cine, decíamos en el nº 50 de Cahiers-España (noviembre, 2011), “juegan un rol decisivo en la tarea de vincular la experiencia y el conocimiento cinematográfico a la vivencia social de las imágenes en movimiento. Y también en la difusión de obras y autores que no consiguen traspasar la hegemonía excluyente que el mercado ejerce sobre las salas comerciales. Su defensa y potenciación deberían ser una cuestión de máxima prioridad para la política cultural” de las instituciones. Pues bien, lo que ahora se ha hecho en Gijón, y además con muy malos modales, es justamente lo contrario, y con ello se pone en peligro una de las más estimulantes experiencias culturales de la España actual. No es éste, por consiguiente, un horizonte ante el que nuestra revista pueda permanecer en silencio. Frente a los intentos de teledirigir una cultura de escaparate dócil y servil, solo cabe oponer, sin desmayo, una alternativa que tiene nombre propio: Cienfuegos.

El conjunto de los textos publicados en otros medios de comunicación y de los diferentes manifiestos que se han firmado en solidaridad con José Luis Cienfuegos se puede consultar en la siguiente página web: http://ficxixon.wordpress.com/