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Carlos F. Heredero.

En un momento clave para el presente y para el futuro de esa construcción civil y política llamada Europa, amenazada no por los emigrantes que llaman a sus puertas, sino por la peligrosa xenofobia de matriz fascista que genera el miedo a la diferencia, el cine –nos dice Alain Bergala en la entrevista que publicamos– “es una gran herramienta de empatía y de identificación”, un instrumento que trabaja para la aceptación de los otros, para “producir un encuentro con la alteridad, una apertura”. Y por eso nos sugiere que es “urgente recordar, por todas las vías, que el arte, y el cine en particular, consiste en un encuentro con la alteridad”.

Frente a la amenaza que suponen “el repliegue sobre las identidades nacionales en Europa” y el retorno de los nacionalismos identitarios, el cine –sigue diciendo el crítico francés– “es una herramienta extraordinaria, porque puede producir formas de empatía muy sofisticadas, especialmente hacia las personas muy diferentes de nosotros”. Por eso tiene pleno sentido traer a nuestras páginas las ideas de un pensador que lleva toda su vida batallando contra los procesos de homogenización y normalización, en el arte y en la sociedad, y que puso en marcha –dentro del sistema público de enseñanza de su país– un programa para propiciar “una apertura a la experiencia artística en lo que tiene de inesperado y de desestabilizador”, según palabras de Manuel Asín en su entrevista con Bergala.

De lo inesperado y lo desestabilizador nos hablan también, de hecho, Ingmar Bergman y Gus Van Sant en este número de verano de Caimán CdC, lo que siempre vendrá bien si queremos aprovechar el tiempo del descanso y de la holganza para seguir pensando el cine en términos no conformistas y no normalizadores. Pues de alteridad nos habla igualmente el creador de Gerry, Elephant y Last Days cuando dice haberse dado cuenta de que “el lenguaje del cine había sido secuestrado por una industria que necesitaba utilizarlo para sus propios fines industriales”, y cuando relata que, en un momento dado, optó por “escapar de la artificiosidad de ciertos tipos de cine que habíamos experimentado”.

Y nada hay quizás más desestabilizador que el hallazgo por parte de Ingmar Bergman –mientras está escribiendo y rodando Secretos de un matrimonio¬ de la “temblorosa inseguridad” que preludia el “momento del gran caos” entre la pareja protagonista del film. O cuando percibe, con no poco desconcierto, que “lo que escribo no se comporta como yo quiero que se comporte. [Mis personajes] hacen cosas que deciden ellos y dicen cosas sorprendentes”, lo que le lleva a preguntarse “qué clase de lío va a salir de aquí”.

La renuncia al artificio, la inseguridad, lo no normativo, lo imprevisto, incluso la rebelión de los personajes contra los designios de su creador (una vez que aquellos conquistan su propia autonomía como figuras humanas impredecibles)… forman parte de la exposición del artista a la complejidad siempre cambiante de la realidad, a lo inesperado que cuestiona nuestras acomodaticias certezas, a la desestabilización que genera “una película que no se parece a nada”, como Alain Bergala piensa que ocurre con El león duerme esta noche, el film de Nobuhiro Suwa que –no por azar– ya leímos en estas mismas páginas a la luz de las ideas del crítico francés [crítica en Caimán CdC, nº 71 (122); mayo, 2018]. La alteridad como una luz que nos alumbra.