Cine restaurado
En su 19ª edición el Festival Internacional de Cine Documental Play-Doc volvió a apostar por devolver al público el placer impagable de descubrir algunas obras imprescindibles del cine del pasado. Ángel Sánchez y Sara García, directores del certamen, llevaron a las pantallas de Tui todo lo necesario para emprender un viaje en el tiempo por varias obras restauradas, incluida la presencia de algunos de sus responsables, que aportaron datos sobre los procesos y pusieron en valor el trabajo de conservación y restauración. Dos cintas, para empezar, de Aravindan Govindan, auténtico poeta de la imagen que registró en Thamp̄ (1978) la llegada de un circo ambulante a una aldea y sus efectos en la vida cotidiana de la población y en Kummatty (1979) su particular versión india del cuento infantil del hombre del saco. Los rostros de los niños en las funciones y el registro de los ensayos de los números circenses en la primera, así como la recuperación de los colores de la segunda, son, sencillamente, un milagro cinematográfico.
En el caso de Dar Ghorbat (Lejos de casa), de 1975, la película del director iraní Sohrab Shahid Saless retrata la vida, sencilla y llena de dificultades, pero nunca miserable, de varios emigrantes turcos que comparten un piso en Berlín Este, en el que lo individual y lo colectivo se dan cita. Su punto de vista es el del color y aunque se enfrentan a diario al rechazo y a comportamientos xenófobos, no quieren volver allí donde no tenían ninguna oportunidad. Dice la responsable de la restauración de la película, Vivien Buchhorn, que “tal vez el legado de las películas de Saless consista en que hoy somos capaces de entender, a través de ellas, lo que significa cambiar de perspectiva y dirigirla hacia la sociedad y hacia aquellos que nos acercan a lo que nosotros mismos a veces no vemos”. También Mikko Niskanen, actor y director finlandés, trataba de arrojar algo de luz sobre la compleja sociedad y las dificultades de la vida en el campo de su país en Kahdeksan surmanluotia (Ocho disparos mortales, 1972). Recuperada en su versión original de 316 minutos realizada para la televisión, la obra registra la personal interpretación del director de unos hechos reales que no pretendía meramente reproducir, ya que “cada uno tiene su verdad”, como dicta la advertencia incluida al principio de cada capítulo.
La programación del festival se unió también en esta edición a la reivindicación y la celebración de la mirada de Chantal Akerman con un ciclo que repasaba la primera época de su cine. Junto a obras fundamentales como La Chambre (1972), Le 15/8 (1973) o News From Home (1976), la selección acogió, además, el estreno de cuatro cortos inéditos en 8 mm, en blanco y negro y sin sonido, que le sirvieron para acceder al INSAS en Bruselas (escuela en la que solo permanecería unos pocos meses). En ellos, que dan cuenta ya de un interés incipiente por la experimentación, aparecen su madre (Natalia Akerman, presencia primordial en su vida y su obra) y Marilyn Watelet, amiga y productora de parte del trabajo de la cineasta belga, que estuvo en Tui desvelando claves y recuerdos de su trabajo junto a Akerman.
En sus dos secciones competitivas, los respectivos jurados coincidieron premiando a dos cintas que, bajo presupuestos narrativos diversos, comparten numerosos rasgos en su trabajo con lo sensorial y la materialidad del cine a partir de un revelado artesanal. Devociones, de María Serna y Ángel Montero, ganadora de la competición de Galicia, es un viaje curativo donde cuerpos fragmentados, referencias místicas y simbologías diversas sirven para construir la posibilidad de sanación. Por su parte, Diego Acosta acompaña a un grupo de arrieros en su viaje por la cordillera andina en Al amparo del cielo, ganadora de la competición internacional. A través de diferentes recursos en los que la asincronía de la imagen y el sonido o la duración de los planos, así como su aceleración o su ralentí, juegan un papel fundamental, el registro de lo real se convierte casi más en ensoñación de realidad.
Una programación que, en conjunto, vuelve a mostrar un compromiso vital con el cine y un gusto exquisito por la recuperación de joyas del pasado y reivindica que el cine, como el mundo, se construye de manera colectiva y su recuperación y exhibición en pantalla grande constituyen un punto de encuentro básico para la pervivencia de un arte que se empeña en resistir.
Elsa Tébar