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La novela Fabian, de Erich Kastner, se publicó en 1932, solo un año antes de que Hitler accediera al poder en Alemania y cuatro después de que se pusiera en circulación Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, con la que guarda notables concomitancias. Para empezar, por supuesto, ambas son el testimonio de un tiempo convulso que daría lugar al mayor apocalipsis que la historia ha conocido hasta el momento. Pero es que, en segundo lugar, tanto una como otra son igualmente la consecuencia de otro terremoto, esta vez estético, que tuvo en el cine su origen e inspiración. Ambas se basan en técnicas de montaje que el mudo ya había desarrollado al límite y aportan a esa nueva concepción del puzle narrativo un uso del monólogo interior procedente, entre otros, de James Joyce y Virginia Woolf. A partir de aquí, la última película de Dominik Graf pretende recrear ese momento al reconvertir Fabian en algo así como una fiel transcripción de aquellos nuevos procedimientos a la imagen cinematográfica. Sin embargo, estamos en 2021, Eisenstein hace tiempo que murió y reproducir ciertos recursos cubistas ya no resulta tan fácil como parece. Por lo que, en consecuencia, Fabian: Going to the Dogs, que ese es el título completo en inglés del film, acaba siendo una montaña rusa mucho menos vertiginosa de lo que promete en su inicio, también más cauta y calculada.

Graf se interna en la historia de Fabian como elefante en cacharrería, por mucho que su narrativa pueda parecer al principio tan atrevida como sofisticada. El choque de planos en el que se basa su método es apabullante, la combinación de texturas y escalas, de voces over y gestualidad actoral, arrasa la pantalla, desde el inicio, como una exhalación. Pero pronto advertimos que eso no basta para poner en escena las tribulaciones del joven Fabian, que se mira en el espejo de un amigo superdotado y se prenda del encanto de una joven actriz sobre el trasfondo de la Alemania inmediatamente prenazi, algo así como una puesta al día del Bildungsroman tradicional en clave histérica y quizá demasiado intensa, característica que la película de Graf comparte con otra integrante de la sección oficial del Festival de Sevilla de este año, la versión rusa de Medea que ha dirigido Alexander Zeldovich (véase crítica en esta misma web). No niego que todo esto suponga la demostración de una cierta tendencia del cine actual, pero sí habría que poner en duda su pertinencia en el interior de la película de Graf, la coherencia y el rigor de los métodos utilizados, y en este sentido da la impresión de que Fabian… se mueve en una superficialidad de la que es difícil extraer matices, como si la combinación de sátira desatada y lirismo supersónico que propone se quedara en unos cuantos efectismos formales que cortan el paso tanto a la emoción como a la reflexión. No bastan un universo excesivo y abarrotado (de imágenes, de sonidos, de diálogos que se interrumpen unos a otros, de planos breves que dan lugar a escenas que se suceden a velocidad de vértigo…), ni tampoco un cierto distanciamiento basado en la saturación, para legitimar el discutible universo visual que Graf, también coautor del guión, construye a partir de todo eso. Pues hacer cine, que yo sepa, sigue siendo una cuestión de compromiso con ese tipo de decisiones.