Siempre es motivo de celebración cuando una película se atreve a cuestionar el propio sentido del cine. ¿Para qué hacer películas? ¿Por qué emplear el tiempo en un arte tan cuestionado? Si además el contexto es Irán, filmar se sitúa en el punto de mira de un régimen censor que dicta las normas de lo que se puede o no representar en pantalla. Achilles es un interrogante que pone en entredicho su propia naturaleza fílmica a la vez que construye un poderoso ejercicio de resistencia a la opresión cultural. Sin renunciar al realismo (resulta indudable que en su ADN lleve inscrita la herencia de un cine iraní combativo que destapa las contradicciones de un país en llamas), Farhad Delaram abraza el lirismo y lo simbólico para dar forma a la rabia y al cansancio que se respira en Irán. Así, con la capacidad de mutar del drama social a la intriga, coqueteando con el terror y con un cierto acercamiento al realismo mágico (representado en el mundo onírico que irrumpe en el relato sin previo aviso), Achilles se destapa como film político. Un film que protesta desde su condición de arte y ensayo, consciente de su capacidad para agrandar el mundo circunscrito entre sus fronteras. Un film, en definitiva, que se compromete con aquello que representa y que atesora imágenes para que no caigan en el olvido. Cristina Aparicio