El segundo largometraje de Michael Fetter Nathansky empieza con una escena sorprendente en la que uno de los personajes es visto por el otro –y por los espectadores– con distintas apariencias a medida que pasan los minutos. No se trata, sin embargo, de una cuestión que tenga que ver con la subjetividad del punto de vista. Tampoco con la personalidad escindida de quien es mirado. O, mejor dicho, tiene que ver con todo eso y muchas cosas más, lo cual es como decir que no tiene que ver con nada en absoluto, que se trata de una decisión más bien arbitraria y gratuita, digamos que un puro efectismo visual y narrativo. Aun así, la cosa no sería grave si el resto del film respondiera a una emoción desbocada, o a una negación de toda ley narrativa que desembocara en un misterio para su audiencia, o incluso a un desbordamiento del relato que no dejara espacio para el orden o la organicidad. Si Every You, Every Me es un film inane, banal, insulso hasta la extenuación o el tedio, es porque pretende abordar temas ‘importantes’ dando por sentado que lo son, sin responsabilizarse de ellos en ningún momento, sin preocuparse lo más mínimo por presentarlos en imágenes dignas de tal nombre.

Nadine es la pareja de Paul, un tipo que oscila entre la inestabilidad emocional y el amor incondicional por su familia. Ambos se mueven en un entorno obrero que no favorece precisamente la cohesión sentimental y Nadine, además, se ve envuelta en ciertos conflictos laborales que quiebran aún más la convivencia del espacio vital que ocupa. A partir de ahí, la intención de Nathansky parece ser esa: dibujar someramente, sin sobresaltos dramáticos, el modo en que trabajo y amor se interconectan, sobre todo cuando las condiciones en que se desenvuelven no son precisamente de privilegio. A una vida gris y sin futuro debería corresponder, entonces, un estilo igualmente inexpresivo y sin matices. Y eso es lo que intenta Nathansky, hasta que tiene que enfrentarse con la cruda realidad: ¿de qué manera conseguir esa fusión sin intervenir de algún modo en el relato, sin necesidad de recurrir a esa solidaridad con sus personajes que practica con todos ellos pero que me suena tan distanciada, tan falsa, sin tono y sin energía? Volvamos al inicio y digamos que, si lo máximo que se le ocurre a la película para que nos interesemos por ella es ese recurso visual según el cual Paul puede ser un niño, una anciana o incluso una vaca, o algún que otro flashback más bien injustificado, entonces es evidente que no le importamos como espectadores, y que tampoco le importan sus imágenes, ni pretende hacer algo con ellas algo que vaya más allá de recorrerlas con una mirada vacía y glauca para que su audiencia tampoco tenga que pensar mucho en su contenido. Every You, Every Me es un film sobre amores entre obreros, sobre el capitalismo y sus disfunciones emocionales, pero eso es algo que la película nunca muestra con honestidad y convicción y que, por lo tanto, no debería existir para nosotros.

Carlos Losilla