Un hermosísimo, complejo y deslumbrante trabajo de animación se despliega en la pantalla gracias a tres diferentes técnicas que la autora (titular de una valiosa filmografía de cortometrajes), utiliza con innegable sabiduría: las acuarelas y las transparencias con las que se cuenta el viaje a la India de la protagonista (Inés, una joven cineasta, transparente alter ego de la directora), el tatuaje con henna mediante el que un grupo de artistas se retratan a sí mismas y los recortables animados sobre la mesa multiplano para narrar la vida de Rokeya Hossain, autora del libro que da título al film, en el que la escritora india imagina un país gobernado solo por mujeres y en el que los hombres permanecen encerrados en el ámbito de la vida privada. Que este ingente esfuerzo artesanal y creativo de primera magnitud se haya puesto al servicio de un discurso simplista, explícito y discursivo donde los haya, es un misterio para este cronista. Un discurso que se quiere feminista, pero que avanza sobre metáforas gastadísimas de puro evidentes y, a veces, sobre sermones tan obvios como los que se atribuyen a Paul B. Preciado (protagonista de los dos segmentos más toscos del film, por simples y por enfáticos). Pero el problema es que esta evidencia simplona del mensaje, a la que tampoco beneficia una dicción impostada por parte de las voces, no es el único problema de un largometraje que parece construido a la manera de un mecano que trata de ensamblar diferentes piezas cortas de una manera bastante ortopédica, lo que da lugar a una construcción narrativa arrítmica y en muchas ocasiones casi caprichosa. Muy probablemente, porque la autora y sus colaboradores no han terminado de encontrar un andamio narrativo coherente, como si el resultado fuera el fruto de continuos cambios y de modificaciones constantes que se superponen unas sobre otras, lo que deja a la película convertida en un bello remiendo cargado de buenas intenciones. Sus imágenes son un festín visual y estético, pero sus entrañas chirrían como ruedas mal engrasadas porque su muy primario, por más que legítimo, discurso feminista avanza a trompicones. Y es una verdadera lástima. Carlos F. Heredero