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Un Certain Regard nunca ha acabado de tener una naturaleza perfectamente definida y singularizada respecto a su hermana mayor, la competición por la Palma de Oro. En los últimos años ha acogido nombres que a veces también concurren en la sección principal como Hong Sang-soo, Bruno Dumont, Christopher Honoré, Sergei Loznitsa o incluso un ya ‘palmeado’ Apichatpong Weerasethakul. Desde el año pasado, sin embargo, el Regard tiende a centrarse en la programación de cineastas emergentes, directores debutantes, poco conocidos o con una filmografía todavía en ciernes que no han pasado por el concurso principal. Así, el motivo rector de la sección no tendría (tanto) que ver con la posible radicalidad o innovación de la propuesta como con el estatus de quien la firma en la jerarquía autoral cannoise. En esta edición de 2022 se ha repetido la jugada. De los veinte títulos programados, ocho eran óperas primas, y el resto estaban realizados por directores que se estrenaban como tales en la selección de Cannes, aunque algunos sí habían pasado anteriormente por secciones off, como Agnieszka Smoczyńska o Hlynur Pálmason, que habían presentado sus respectivas anteriores películas, Fugue (2018) y Un blanco, blanco día (2019), en la Semana de la Crítica.

Ambos, por cierto, se fueron de vacío del palmarés a pesar de presentar dos de las propuestas más interesantes de esta edición del Regard. La polaca Smoczyńska lleva a cabo su debut en inglés con The Silent Twins, su tercer largometraje, un film inspirado en la historia real de dos mellizas británicas de origen antillano, June y Jennifer Gibbons, que guardaron un mutismo selectivo buena parte de su infancia y adolescencia. En su película de ambición digamos más comercial tras The Lure (2015) y Fugue, Smoczyńska mantiene en parte su querencia por los personajes que no encajan en el mundo ‘normal’. Y el autoaislamiento de las protagonistas le permite incidir en la creación de universos fantasiosos y exuberantes a la hora de recrear el mundo interior y el lenguaje idiosincrático en que se refugiaban el par de hermanas. Pálmason, por su parte, brindó una de las joyas de este Cannes 2022 con Godland, su poderoso relato antiépico en torno a las andanzas de un sacerdote y fotógrafo aficionado danés que recorre la Islandia del siglo XIX con la intención de fundar una iglesia en una remota comunidad de compatriotas suyos. A lo largo del metraje, el director va impugnando los a priori nobles objetivos de su protagonista, desde su vocación de conocer mejor el país en el que se instala (no conecta con sus habitantes y acaba portando la destrucción, y no la salvación, a más de uno) hasta el de casarse con una de las jóvenes de la colonia. Al mismo tiempo, Pálmason registra la belleza grandiosa, salvaje de un territorio que parece resistirse a esos intentos de conquista o dominación.

El jurado de Un Certain Regard, presidido por Valeria Golino y conformado por Benjamin Biolay, Joanna Kulig, Édgar Ramírez y Debra Granik, concedió el premio de la sección a Les Pires, primer largometraje del tándem de directoras francesas Lise Akoka y Romane Gueret, profesionales de larga experiencia en el mundo de los castings que ya firmaron en 2016 un corto sobre este tema, Chasse Royale, visto en la Quincena de los Realizadores. En una pirueta metacinematográfica, en Les Pires desarrollan una docuficción sobre el rodaje de otra docuficción en un barrio de pisos de protección oficial de Boulogne-sur-Mer para interrogarse sobre cómo impacta un proyecto de este tipo en la vida de cuatro menores ajenos al mundo del cine pero reclutados como intérpretes no profesionales. El dispositivo reflexivo les permite a las directoras mostrar los roces o contradicciones de este tipo de proyectos contemplados como ‘auténticos’ o de ‘valor social’. Así, Les Pires cuestiona el gusto un tanto irresponsable de cierto cine de autor por estas películas a través de la figura, por momentos rozando en exceso lo caricaturesco, del director a quien da vida el belga Johan Heldenbergh, o pone en evidencia ese gusto por seleccionar, como reza el título del film, a ‘los peores’ chicos del barrio, lo que redunda en la estigmatización de ciertos contextos urbanos. Akoka y Gueret alzan algunos interrogantes pertinentes sobre el choque entre un equipo de rodaje y ese pedazo de mundo real que quieren reflejar, cuestiones expresadas en algunos casos por los mismos habitantes del lugar, pero sobre todo mostradas a través de las diferentes experiencias de sus cuatro jóvenes protagonistas, desde la muchacha queer que acaba renunciando a participar en la filmación a la joven a la que todo el barrio estigmatiza como ‘puta’ y se enamora de un miembro del equipo, pasando por el niño que se niega a seguir viviendo con su madre. Les Pires encierra una contradicción en su propio planteamiento, ya que cuestiona las posibles problemáticas de trabajar con jóvenes intérpretes no profesionales desgajados de su entorno habitual a partir de sumergirlos en esos mismos escenarios que el film critica: los vemos de lleno en escenas muy íntimas o cargadas de violencia física y verbal; mantienen vínculos intensos con adultos; y se les sumerge en la burbuja del mundo del cine como posible pero poco probable alternativa a su vida habitual… El excelente trabajo de los cuatro protagonistas, Ryan (Timéo Mahaut), Lily (Mallory Wanecque), Maylis (Mélina Vanderplancke) y Jessy (Loïc Pech) también justificaría este gusto por las docuficciones con no actores. En el plano final, las directoras claramente se decantan por una visión positiva del trabajo en el cine como catalizador de las emociones personales de sus intérpretes.

Les Pires ha sido uno de los escasos títulos de Cannes que incluye cierta reflexión a propósito del tipo de cine que selecciona y promociona el festival. En Un Certain Regard hemos podido ver un puñado de obras adscritas con más o menos calidad artística al realismo de raigambre social, en muchos casos para denunciar o reflejar problemáticas concretas de los países respectivos. Es motivo de celebración que el Regard dé cabida a cinematografías con mayor dificultad para encontrar un hueco en el circuito global, sobre todo en un año en que Cannes ha acentuado su tendencia a priorizar películas francófonas en la selección o incluso se ha decantado por supuestas miradas poscoloniales resueltas en falso, como fue el caso del film de inauguración de la sección que nos incumbe, Tirailleurs de Mathieu Vadepied, una supuesta reivindicación del papel de los soldados africanos en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial que no genera ningún tipo de incomodidad respecto al papel pasado y actual de Francia respecto a sus (ex)colonias e incluso concluye con una nota de exaltación patriótica supuestamente inclusiva.

Se entiende el Premio del Jurado a Joyland de Saim Sadiq, una comedia dramática sobre las formas de opresión patriarcal en Pakistán que destaca por la diversidad de experiencias queer y femeninas mostradas dentro del pequeño microcosmos familiar protagonista. También resulta comprensible el galardón al actor Adam Bessa por Harka, lo mejor de la película de Lotfy Nathan que recoge el sentimiento de desencanto de la juventud tunecina tras el fracaso de la primavera árabe en este país, en un drama un tanto torpe de progresivo descenso al infierno de la desesperación de su protagonista. Bessa compartió el Premio a la Mejor Interpretación (sin distinción de género) con Vicky Krieps por Corsage (la actriz hacía doblete en el Regard con otra película, Plus que Jamais de Emily Atef, trabajo póstumo de Gaspard Ulliel). Sabe a poco el galardón al quinto largometraje de Marie Kreutzer, quien revisa la figura de la emperatriz Sissi desde el feminismo y esa concepción modernizada, liberada de corsés, del biopic que también ejercen directoras como Sofia Coppola o Susanna Nicchiarelli. Eso sí, con este trabajo que incluso se puede leer como homenaje a la Romy Schneider de Ludwig, Vicky Krieps se confirma como una de las grandes del cine europeo contemporáneo.

Eulàlia Iglesias