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Leos Carax lleva desde 2011 transformando su cine en una forma de expiación. La pantalla se convierte en una superficie que permite proyectar el dolor y buscar una placidez que nunca llega a la plenitud. C’est pas moi es una especie de retrato poético del que un día fue un joven artista adolescente convertido en hombre maduro de las imágenes. Carax explora el pasado y busca pistas para comprender su origen como enfant du siècle, hijo del siglo de la barbarie. Para llevar a cabo su operación Carax piratea Histoire(s) du cinéma, copia su grafismo, imita ligeramente la voz ronca de Godard, juega con la idea del collage de formas sacadas de documentales del pasado y mezcladas con imágenes de la historia del cine. Carax piratea a Godard, pero a diferencia de Godard muestra todos los fragmentos de las películas, las músicas y las obras de arte que han inspirado sus imágenes. Mientras Godard expoliaba la memoria de la cultura del siglo XX, Carax legaliza sus fragmentos. Aunque Carax imite a Godard estamos en otro registro, sin la profundidad del maestro pero con la delicadeza poética del discípulo.

Carax empieza su ensayo con imágenes de su infancia junto su padre, pero no tarda en reconocer su propia condición de mal padre. También se desplaza hasta el origen del mal, nos habla del exterminio y del populismo que alimentó a los nazis, para desplazarse hasta el presente. En el siglo XX, quienes se consideran como los nuevos humillados y ofendidos son los nuevos verdugos. A lo largo de cuarenta minutos surgen imágenes de sus películas, pasea con su hija al lado del Sena, recupera a Monsieur Merde y cambia de forma progresiva las músicas originales que acompañaban sus imágenes para encontrar otra cadencia y otro ritmo. También nos habla de ese cine que vio, nos recuerda ante un travelling de Amanecer de Murnau esa cámara que seguía a los actores como si fuera la mirada de los dioses y lamenta la pérdida de esta mirada en pos de la banalización. El cine del pasado nos enseña a mirar mientras la convulsión de las miradas del presente no nos dejan mirar y nos conducen a la ceguera. El flujo de imágenes va convirtiendo C’est pas moi en una especie de réquiem por Yekaterina Golubeva. La imagen de Denis Lavant corriendo en Mala sangre ha perdido el Modern Love, mientras suenan los compases de Lazarus, el tema en que David Bowie se acerca a la muerte. Leos Carax acaba hablando de la tristeza que implica el hecho de haber amado a una persona muerta. Todo va oscureciéndose y el autorretrato languidece, con la promesa de que, quizás, en algún momento llegaremos a encontrarnos con Annette.

Àngel Quintana