Manuel Muñoz Viñegla.
En un momento dado, Tatsunari Ota guía al espectador con su cámara hasta una habitación. Casi con timidez lo adentra en el aula de música de una escuela abandonada, donde uno de sus antiguos alumnos se encuentra en pie frente a un xilófono. La luz del día penetra por el sucio ventanal, mientras del instrumento surgen las notas del tema compuesto por Mozart sobre la canción francesa Ah! vous dirai-je, Maman (la popularmente conocida en España como Campanita del lugar), seguida de la primera de sus doce variaciones. La interpretación de esta pieza, con su tempo sensiblemente reducido, puntualiza el trance melancólico en el que se encuentra el personaje, el cual, como si nadie lo mirara, revive recuerdos olvidados, ilusiones perdidas ligadas al espacio en el que se encuentra. Bundesliga (Tatsunari Ota, Japón, 2017) basa su experiencia sensitiva en esta franja temática, a través del reencuentro de unos pocos personajes con el lugar donde sus sueños quedaron atrás.
El espacio cobra importancia por encima de las personas que lo transitan, gracias al esfuerzo de Ota por reforzar la presión que los escenarios imprimen sobre estas. Con sus largos planos secuencia acompañando a los personajes por los pasillos de la escuela, recuerda a Elephant (Gus Van Sant, EEUU, 2003) y al efecto inquietante de su propuesta formal. Aquí, la fugaz fracción de vida de aquella Columbine High School se torna en un espacio vacío y afectado por el paso del tiempo, solo revivido por quienes una vez lo habitaron. Numerosos planos frontales, de marcado punto de fuga y buscada simetría, complementan una puesta en escena resuelta con precisión y solidez, de emociones contenidas pero palpables pese a su rigidez. Es así durante la introspección musical antes mencionada, o en el encuentro con el último grupo en llegar a la escuela, cuando uno de sus integrantes exhibe su interés en la carrera militar.
Cabe destacar este último momento por su construcción, pues hasta entonces la película se rige por una coherencia estética y formal estable con respecto a lo anterior. Sin embargo, ante la exhibición de los ejercicios físicos matutinos de las Fuerzas de Autodefensa de Japón mostrada por su antiguo compañero, Kanegon le mira estupefacto. Su gesto, no se sabe si de extrañeza o de temor, se ve retratado en uno de los escasos primeros planos del film, seguido de un contraplano que muestra al objeto de su asombro efectuando el saludo militar. El ejercicio resulta un diálogo subyacente de estilo plano-contraplano único en la película, rupturista con el sentido estético global, pero que al mismo tiempo pone el acento sobre una cuestión interesante que afecta al Japón de hoy. El tiempo pasa, y la fuerza militar creada, como su nombre indica, para la autodefensa del país, con el paso de los años ha ido aumentando su capacidad operativa. ¿Es esta una mirada preocupada ante la progresiva pérdida de la pasividad militar japonesa establecida tras la Segunda Guerra Mundial? El Japón que fue ya no existe. Tampoco en el recuerdo de las nuevas generaciones, ignorantes de lo que la política militarista y el culto a la guerra le hizo a su país. Bundesliga cierra su absorbente hora de metraje con un bello ejercicio de comunicación intergeneracional que responde a esta problemática. Reparar los lazos rotos de la memoria.
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