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“No trabajéis gratis, por favor… a la mierda”. La sentencia de Nieves Pérez Lusquiños, una de las antiguas trabajadoras de Pontesa que coprotagoniza la última película de Margarita Ledo, suena como el grito de un cañón. Su voz contundente y sus modos desmañados -ora liándose un cigarro pausadamente, ora levantando un muro junto a su casa- son los de una giganta bondadosa para con las suyas, a las que no duda en acoger bajo el manto de un (simbólico) abrazo protector. Nieves es el nudo gordiano que amarra con pericia marinera la cineasta gallega, el punto de fusión en el que colisionan un descalabro empresarial que terminó con centenares de mujeres en la calle y un juicio interminable, los archivos que dan cuenta de esas batallas que solo se ganan después de mucho perder y la fabulación más depurada, aquella que sabe ponerle el traje de los domingos al testimonio corriente. Una señora película.

Hay un plano en Nación que constituye una revelación profunda de lo que uno intuye que su principal artífice quiere buscar. Se trata de un fundido encadenado que superpone las imágenes tomadas en 1928 por José Gil de la salida de los trabajadores (principalmente trabajadoras) de la fábrica ‘La artística’ de Vigo y un plano casi idéntico, tomado prácticamente un siglo después, en la fábrica de Sargadelos en O Castro. El sonido del presente le pone ruido a los pasos del pasado y las imágenes se diluyen la una en la otra formando un compuesto indivisible. No se trata de un gesto aislado, pues esas reverberaciones también se hallan en la dramatización de la experiencia de las extrabajadoras y en la amplificación que esta encuentra en las voces y en los cuerpos de actrices como Eva Veiga o Mónica Camaño quienes reproducen aquellas vivencias y las suman a las suyas propias y a las de tantas otras mujeres que, inequívocamente, encontrarán su reflejo en esta película-espejo.

Nación se convierte así en un manifiesto político que se mira en el cine de Joaquim Jordà -imposible no pensar en Numax presenta (1980) cuando asistimos a esas conversaciones sobre el no-futuro fabril- o de Chantal Akerman -ese plano largo alejándose del faro, esa necesidad de desligarse de lo doméstico- para lanzar un mensaje combativo desde aquel pretérito no tan remoto hasta nuestros días: “No trabajéis gratis, por favor… a la mierda”.