Hay películas que desde la sencillez de sus formas encierran una complejidad acorde con la historia que cuentan. Esa aparente simplicidad permite al cineasta Piet Baumgartner armar todo un discurso sobre el duelo y su impacto en quienes lo transitan. Bagger Drama avanza de forma asombrosamente orgánica y natural, casi sin pedir permiso, sin esperar a nadie. Dividida en cuatro actos, o más bien fragmentada por tres elipsis temporales, la cinta va adoptando el punto de vista de cada uno de los miembros de una familia que acaba de sufrir una pérdida. Sin que se detenga la acción, cada año que pasa tras la tragedia muestra el proceso que cada uno de ellos (los padres y el hermano de la joven ahogada en el río) ha experimentado. La pena no es más que el detonante de todo lo que quedaba oculto dentro de una familia que no encuentra la manera de comunicarse.
Y en medio de este drama, las excavadoras. Este símbolo de progreso, esta herramienta que tiene como finalidad facilitar la vida al ser humano, está en el centro de Bagger Drama como mediador, o como útil que todos y cada uno de ellos utiliza alguna vez para suplir lo que no es capaz de asimilar o hacer. Baumgartner coreografía el movimiento de estos vehículos que levantan sus palas hacia el aire, en una baile sincronizado sublime y hermoso, colosales en sus dimensiones, que contrasta con la medida del hombre. Son, en cierto modo, una extensión del ser humano, que llega donde no alcanzan los brazos. Para eso fueron diseñadas, para ahorrar esfuerzos y facilitar lo difícil. Pero, ¿qué pasa cuando eso es imposible? En asuntos del corazón, y en todo aquello relativo a la vida y la muerte, no hay atajos, ni aparatos que faciliten el proceso. Tan solo queda dejar que sigan pasando los años.
Cristina Aparicio
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