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Primer largometraje de Wu Lang, Absence podría ser algo así como un max mix del cine de autor asiático del siglo XXI. Su protagonista es Lee Kang-sheng, el actor favorito de Tsai Ming-liang por lo menos desde Rebels of the Neon God (1992) hasta Days (2020). El contexto histórico alude a la misma carrera desenfrenada de China hacia el capitalismo que fue el tema favorito de Jia Zhang-ke en The World o Naturaleza muerta. Y el estilo mezcla con desigual fortuna la estilización de Wong Kar-wai y la pulsión elíptica de Hou Hsiao-hsien, por mencionar solamente otros dos cineastas de aquella parte del mundo. A la vez, sin embargo, el punto de partida genérico es el de un melodrama romántico con trasfondo noir, una historia urbana con un par de amantes sin futuro y hasta gángsters que aquí se cobijan bajo el manto de la especulación urbana. Estamos en la isla de Hainan, donde se han construido pisos que ahora no se pueden terminar, un problema que afecta a una mujer con una hija pequeña que, por si fuera poco, debe enfrentarse también al retorno del hombre al que quiso, quizá el padre de la niña, en cualquier caso recién salido de prisión. Pero, en lugar de recurrir al realismo poético o el thriller romántico, Wu procede astillando la trama en breves fogonazos que ocultan otros, cuenta algunas cosas pero no todas, de manera que queda en manos de la audiencia dar una forma final al puzle, por mucho que la cronología sea lineal. Y esa mirada oblicua se completa con el alargamiento de las escenas que argumentalmente importan menos, mientras que las que aportan datos sustanciales quedan sintetizadas en unos pocos planos. Absence consigue así momentos de extrema belleza plástica, cuya cima sería la larga escena final, un prodigio de ritmo y tono en el que el edificio abandonado se convierte en refugio pero también metáfora de la ausencia del título, de los sueños rotos de todo un país, a la vez que insiste en la figura retórica del agua de un modo muy parecido a como lo hacía también Tsai. El resto, no obstante, no está a la altura, es incapaz de sostener esa atmósfera poética que persigue con denuedo, así como de conseguir que los personajes de impregnen de ella. Quizá por eso resulta más efectivo el cortometraje que Wu dirigió casi al mismo tiempo, Short Story, en el que le bastan unos cuantos planos inconexos para construir un hermoso poema sobre inestabilidades sentimentales prácticamente sostenido en el vacío, en el entre que (des)une imágenes –esta vez sí– con gran capacidad de sugerencia. Carlos Losilla