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¿Qué significan las imágenes? ¿Son una reproducción fidedigna de la realidad?¿O, por lo contrario, existen en un espacio inalcanzable, extra y supranatural que nos rodea y nos somete?¿Y qué podemos pensar de las imágenes digitales, multiplicadas de manera exponencial en los últimos años y sometidas a un proceso de manipulación imperceptible y diseminadas como un virus a lo largo y ancho de las redes sociales, provocando un cortocircuito en el sistema de lo que hasta el momento considerábamos como real? Esas son las temáticas que nos plantea Inmotep, el tercer largometraje de Julián Genisson -tras La tumba de Bruce Lee y Esa sensación– presentado en la pasada edición del Festival de Rotterdam.

Si 21 de Nestor Ruíz Medina nos interpelaba acerca de nuestro yo corporal y nuestro yo digital en la época actual, Julián Génisson lleva la temática un paso más allá con una obra que, cubierta bajo el paraguas de la ciencia ficción y el thriller tecnoconspiranóico -de raíces ancladas en la literatura de autores como Philip K. Dick y William Gibson y pasado por el tamiz del feísmo onírico del Daniel Clowes de Como guante de seda forjado en hierro y su plural elenco de escindidos lobos solitarios de la sociedad- nos interpela acerca de la dependencia hacia esas imágenes. Pero como autores contemporáneos a Génisson, como Carlos Vermut o Chema García Ibarra, lo hace a partir de un caleidoscopio formal que se sirve de las limitaciones del audiovisual en su vertiente más pura, para entregar un trabajo que también nos interroga acerca de la excesiva verbalización del lenguaje cinematográfico contemporáneo, atreviéndose a entregar una obra anclada en el cine mudo pretérito, vaciándola de la palabra hablada y en contraposición, repleta e inundada de palabras escritas, de textos e informaciones que bombardean los sentidos de personajes y espectadores, introduciéndonos en un laberinto surreal e irracional donde la significación de aquello que nos representan las imágenes, aquello que en primera instancia podríamos considerar como aleatorio o caprichoso, va construyendo lentamente una extensa y tupida tela de araña, conformado a través de la interconexión entre la imagen y el montaje.