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Ahora está todo correcto.
68 edición del Festival Internacional de Cine de Locarno.
Eulàlia Iglesias.

Concurso Internacional
Cineastas del presente
Españoles en Suiza

Concurso Internacional

Guardaba cierta lógica poética que Hong Sangsoo no hubiera sido reconocido con ninguno de los premios gordos de los grandes festivales donde año sí año también presenta sus películas. Su cine se sitúa en las antípodas de esa grandilocuencia temática, dramática o estilística que suele encandilar a los jurados. Por ello también cobra sentido que haya sido finalmente Locarno el certamen que corone al surcoreano con su Leopardo de Oro por Right Now, Wrong Then, una película en que depura las constantes del último tramo de su filmografía y al mismo tiempo conecta con los primeros films que le otorgaron proyección internacional. Right Now, Wrong Then duplica una misma historia lineal con sus variaciones, complementos y dos finales de tono completamente opuesto. Y al mismo tiempo se concentra en la evolución, en una sola jornada, de una relación de pareja sin apenas intervención de terceros personajes. Su protagonista masculino, Jung Jae-young, también fue reconocido con el Premio al Mejor Actor por la que debe ser la encarnación más conseguida de un álter ego del propio director. El palmarés prefirió concentrar los galardones en pocos títulos, tres de ellos los más indiscutibles de la Competición Internacional. El Premio al Mejor Director reconoció a Andrzej Zulawski por Cosmos, adaptación de la narración homónima de Witold Gombrowicz rodada en francés en Portugal. Como tantas otras películas del polaco, Cosmos también cuenta con un protagonista (Jonathan Genet, gran descubrimiento) que entiende la vida, el amor y el arte como un estado febril que le aboca a la destrucción. Pero este hermoso y vivaz delirio cómico se enriquece con una poética del absurdo y un montaje sincopado siempre dispuesto a alterar la sensación de orden que lo hermanan con las últimas obras de Alain Resnais o con el Manoel de Oliveira más jovial.

Reconocida con una Mención al mejor guion y el Premio de interpretación femenina para sus cuatro actrices, Happy Hour era el tour de force en lo que a duración se refiere de la competición de este año. Más de cinco horas de drama en torno a cuatro amigas treintañeras que ven tambalearse el equilibrio que rige sus vidas y su amistad cuando una de ellas pide el divorcio a su marido. Con Happy Hour Ryusuke Hamaguchi consigue lo que otros cineastas que toman el nombre de Yasujirō Ozu en vano malogran. Desde una concepción límpida del melodrama que no fuerza en ningún momento el registro, lleva a cabo un minucioso retrato de cuatro personajes femeninos que deciden confrontar su propio estilo de vida en el Japón contemporáneo.

Tikkun de Avishai Sivan, ganadora del Premio Especial del Jurado y del Premio a la Fotografía, bascula entre el drama y la comicidad implosiva para retratar la crisis de un joven ultraortodoxo que, tras sobrevivir a un colapso, se mueve en una especie de interzona emocional entre sus antiguas creencias y esa realidad a la que había girado la espalda. Mientras el joven estudiante de Talmud se dedica a explorar emociones que hasta el momento había ignorado (su descubrimiento del sexo femenino se tradujo en una de las escenas más incómodas vistas en el festival), su padre vive con el tormento de haber actuado como una suerte de antítesis de Abraham. Este matarife kosher no solo no ha sacrificado su hijo a Dios, sino que ha conseguido retornarlo de la muerte…

Un buen festival de cine no debería valorarse solo por las grandes películas que presenta, sino también por el interés de los filmes menos redondos que programa. Lo que diferencia un certamen como Locarno de otro como Cannes es que los títulos que no acaban en el palmarés o pueden resultar más discutibles albergan siempre una mayor dosis de riesgo o inconformismo. Sucede por ejemplo con la No Home Movie de Chantal Akerman, en que la cineasta registra los últimos días de su madre enferma a través de sus charlas en directo o a través de Skype, y de la forma en que habita su casa. La película no casera de Akerman acaba siendo también un estudio sobre la relación de la directora con ese hogar de la madre a través de sus presencias y de sus ausencias, denotadas a través de las imágenes que intercala del paisaje árido y yermo de Israel grabadas en uno de sus muchos viajes.

nohomemovie3_peqNo Home Movie

The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers es un film díptico, con una primera parte a modo de heterodoxo making of del rodaje en Marruecos de Las mimosas de Oliver Laxe a la que responde una segunda parte fabulada donde este cineasta es secuestrado por unos bandidos locales, transformado en un monstruo de hojalata y vendido como bufón. La muy potente idea de llevar a cabo una suerte de revenge movie poscolonial y metacinematográfica queda empañada por el excesivo control con el que Ben Rivers ha rodado su film: el segundo tramo no consigue ese tono de salvajismo a lo Peckinpah o de locura alucinada a lo Jodorowski que necesitaría. En Chant d’hiver, Otar Iosseliani coreografía otra de sus comedias humanas corales articuladas a través del slapstick, en este caso una actualización de la lucha de clases que aborda temas candentes como la crisis y la represión policial de las protestas sociales. Con un pie en la realidad y otro en la fábula se mueve Bella e perduta de Pietro Marcello, que toma como una de sus perspectivas narrativas el punto de vista, visual y desde la voz en off, de un pequeño búfalo al que un polichinela salva temporalmente de su destino en el matadero. Marcello recorre el sur de esa Italia a la que considera tan hermosa como perdida y reivindica la figura de Tomasso, un pastor que se atrincheró en un antiguo palacio borbónico de la zona para protegerlo del abandono y de la especulación. Entre una poética un tanto forzada y la denuncia tangencial, Marcello entona un canto melancólico por un país pasto de los depredadores humanos.

Schneider vs. Bax es una nueva incursión del holandés Alex van Warmerdam en el humor negro. Aquí a través del duelo que enfrenta a dos asesinos a sueldo en un paraje digno de un western a la holandesa: unas marismas solitarias donde uno de los dos protagonistas habita en una casa flotante. Como es habitual en el cine del director de Borgman (2013), hay mucho más ruido que nueces en una película que nunca llega a ser tan oscura o desmadrada como apunta. Pero el hecho que no juegue a un trasnochado épater le bourgeois como en alguno de sus títulos anteriores facilita que Schneider vs. Bax caiga simpática. También ofreció uno de los mejores chistes del festival a partir de una discusión sobre el muesli entre un padre porretas que mantiene el espíritu subversivo de los setenta (el propio Van Warmerdam, cómo no) y su hija con una obsesión por lo sano muy siglo XXI. En el plano del humor negro más aséptico pretende moverse Chevalier de Athina Tsangari, una comedia sobre la masculinidad en tiempos del capitalismo ultraliberal. La directora de la muy remarcable Attenberg (2010) encierra a un grupo de amigos en un yate de lujo donde deciden llevar a cabo un juego para entretenerse. Se trata de competir en cada uno de los aspectos de la vida, desde la forma en que uno duerme hasta los índices de colesterol, para acabar decidiendo cuál de ellos es el más mejor. Chevalier podría haber sido la versión postmoderna de La gran comilona (Ferreri, 1973), con una serie de hombres que se aíslan para llevar al extremo una apuesta lúdica, pero aquí en lugar de entregarse a los placeres mundanos hasta explotar literalmente, se apuntan a una competición total. Pero Tsangari no le saca punta a esta historia sobre la competitividad como forma de vida y no sabe ir más allá del chiste literal de unos tipos que se pelean por ver quién la tiene más larga.

A principios de este siglo Vimukthi Jayasundara encarnaba a una de las grandes esperanzas blancas del nuevo cine de autor asiático gracias a títulos como The Forsaken Land (2005) y la más cuestionable Between two Worlds (2009). Dark in the White Light resulta una decepción para quienes confiaron en el potencial de este director de Sri Lanka. El film arranca con unas escenas típicas de su cine: imágenes contemplativas de la naturaleza aliñadas por un discurso entre estoico y pesimista sobre la naturaleza humana. El fundamento budista que reza que la paz espiritual se encuentra en la aceptación de la muerte justifica la retorcida decisión de un estudiante de medicina de abandonar una profesión que le permitiría salvar vidas para meterse a monje. Tras este prólogo, Jayasundara se traslada al paisaje urbano de Colombo para llevar a cabo un drama negro sobre la violencia hacia los cuerpos. Entrelaza un par de historias protagonizadas respectivamente por un traficante de órganos que lleva su negocio con la banalidad de un funcionario y un prestigioso médico que se dedica por la noche a violar mujeres. Aunque Jayasundara intente mantener siempre cierto distanciamiento respecto a lo que narra, en su retrato de la cara más sórdida de una metrópolis del sureste asiático, Dark in the White Light lleva a cabo ese exploit de la misera humana que tanto se reprocha a cineastas como Brillante Mendoza. Más interesante resulta Paradise, la ópera prima de Sina Ataeian Dena, que pone su foco en ese Irán donde la represión de la mujer forma parte estructural del sistema. El film se centra en una joven profesora de un colegio de extraradio que intenta lograr un traslado a una escuela del centro. Dena no convierte a su protagonista en una mera víctima arquetípica de una sociedad patriarcal sino que abraza las complejidades del país y también señala cómo ella misma acaba formando parte, sin demasiada conciencia, del engranaje de represión. Rodada en parte de forma clandestina, la película gana enteros en todas las secuencias donde aparecen las jóvenes alumnas del personaje principal y pierde fuerza cuando concreta demasiado su discurso sociopolítico. Algo parecido sucede con Te prometo anarquía de Julio Hernández Cordón, que dibuja una suerte de utopía skater en México DF, un espacio de convivencia armónica masculina formada por muchachos de diferentes clases sociales. La primera parte del film, donde Hernández Cordón se centra en plasmar de forma harto atractiva e hipnótica este universo cuasi aislado de su entorno, resulta muy superior a la segunda parte, donde el sueño romántico de los dos protagonistas queda desmantelado por la irrupción de la cruda realidad mexicana.

suiteSuite armoricaine

Suite armoricaine de Pascale Breton arranca con una cita de Heráclito que compara el tiempo con unos niños jugando a las canicas. Con esta idea en la cabeza la directora estructura su película de tintes autobiográficos sobre una parisina de mediana edad que retorna a su Bretaña natal para enseñar en la Universidad y de paso reencontrarse con sus raíces. La protagonista llega a Rennes sin un plan definitivo sobre su futuro y va avanzando de manera imprevisible a partir de los (re)encuentros que le proporciona el azar y su propia reconexión con el pasado. El personaje principal de Suite armoricaine recupera su tiempo perdido en el lugar donde nació y pasó su juventud no solo a partir de los recuerdos emocionales ligados a su propia biografía, también a través de la conexión con expresiones culturales como la música, las artes plásticas y la lengua que durante años había arrinconado. En pocas películas francesas hay un tratamiento tan desprovisto de prejuicios de una lengua ‘regional’ como en esta. Lejos de presentarse como una reliquia rural o un tipismo folklórico, el bretón en Suite armoricaine es un idioma empleado por jóvenes universitarios que además la presentan, estudian y analizan desde una perspectiva científica. Breton desarrolla un hermoso melodrama donde queda claro que la conexión con las propias raíces es un proceso evolutivo que necesita de sus tiempos y distancias. El principal problema del film radica en la propia protagonista, a la que la directora atribuye demasiadas virtudes e indulgencias, sobre todo en relación con el resto de personajes de su misma generación que se quedaron en Rennes.

James White es el debut como director de Josh Mond, ligado a Borderline, un sello de cine independiente estadounidense desde donde ha producido títulos como Martha Marcy May Marlene de Sean Durkin o Afterschool y Simon Killer de Antonio Campos. Como éstos, James White es también un drama centrado en un protagonista que alberga cierta conflicto violento interior. Aquí un joven que debe hacerse cargo de su madre enferma de cáncer a falta de poder disponer de una asistencia sanitaria adecuada. Sólida e intensa, sin embargo la película también denota cierto agotamiento de la fórmula de la cámara pegada a un personaje para transmitir sus terremotos interiores. Y Entertainment confirma a Rick Alverson como el mejor director de dramas sobre el humor del cine actual. Aquí convierte en protagonista de una road movie existencial al actor cómico Gregg Turkington, que se gana la vida en garitos de todo tipo con su personaje de stand-up Neil Hamburger. Como ya sucedía en la anterior The Comedy (2012), el humor sin gracia opera en dos dimensiones: es al mismo tiempo el registro cómico de la película y su temática. Pero en este caso Alverson profundiza en la naturaleza y el papel del entretenimiento en la cultura popular estadounidense en uno de los filmes que más injustamente se quedó fuera del palmarés.

Cineastas del presente

La película india Thithi consiguió tanto el Leopardo de Oro de la sección Cineastas del presente como el premio a la Mejor Ópera Prima, concedidos por jurados diferentes. Cuando arranca el film de Raam Reddy una teme encontrarse ante la enésima muestra de cine costumbrista en un contexto exótico, con tres personajes de generaciones diferentes que reaccionan de forma muy variada a la muerte del patriarca de la familia. La película se mueve sin embargo entre la comedia picaresca, la pulsión neorealista que la entronca con la tradición de Satyajit Ray y cierto retrato etnográfico. Reddy muestra un meritorio control del pulso narrativo en un film que entrelaza diferentes arcos argumentales y no se permite ser condescendiente con sus personajes. Sin embargo, su doble reconocimiento resulta excesivo teniendo en cuenta que se trata del film con la forma más, digamos, clásica y accesible de toda la sección, al menos mucho más que la de títulos que debieron conformarse con premios secundarios como la española Dead Slow Ahead o Kaili Blues de Bi Gan. Esta última nos sitúa en un paisaje poco transitado en la cinematografía china, el de la provincia subtropical de Guizhou, residencia de minorías étnicas como la miao. En este territorio se adentra el protagonista, un médico que había pasado cierto tiempo en la cárcel e intenta reencontrar tanto a su sobrino como al viejo amor de su veterana colega en la clínica donde trabaja. Bi lleva a cabo uno un film elíptico que recorre la geografía a través de múltiples medios de locomoción construyendo un viaje emocional y poético que conecta en su tono con los grandes nombres del nuevo cine asiático, del primer Jia Zhang-ke a Apichatpong Weerasethakul. El momento culminante de Kaili Blues es un larguísimo plano secuencia que acompaña al protagonista por el pequeño pueblo desparramado en torno a un río que debe cruzar.

Las hibridaciones entre documental y ficción son ya moneda corriente en un festival como Locarno. Olmo & the Seagull de Petra Costa y Lea Glob parte de la situación real de la protagonista, su embarazo, para reseguir y profundizar desde cierta dramatización en las variables emocionales de una mujer a lo largo de esos nueve meses. Olmo & the Seagull quiere acercarse a algo tan universal como obviado por el cine, las complejas sensaciones que vive una mujer en estado, rehuyendo cualquier idealización del asunto. Y se nota le esfuerzo de los responsables de Siembra, Santiago Lozano Álvarez y Ángela Osorio Rojas, por alejarse de la estética del miserabilismo en su retrato de una comunidad de Cali compuesta por personas a las que desalojaron de sus tierras a causa del conflicto de las FARC y el gobierno colombiano. Más allá del hilo dramático que recorre el film, la voluntad del veterano protagonista de volver a su hogar y cómo el asesinato de su hijo complica sus deseos, resulta especialmente interesante el modo en que los directores reflejan los diferentes grados de (des)arraigo de sus protagonistas, sus diferencias culturales y sus emociones a través de un elemento tangencial como la música.

olmo_peqOlmo & the Seagull

Españoles en Suiza

En los últimos años, Locarno se ha consolidado como el certamen internacional que mejor identifica y promociona los signos de vida de ese cine español ninguneado por instituciones y festivales más mediáticos. En su 68º edición, el festival suizo ha incluido ocho títulos dirigidos y/o producidos en España, repartidos por sus diferentes secciones.

En la Competición Internacional optó al Leopardo de Oro O Futebol, el nuevo proyecto a cuatro manos de Sergio Oksman y Carlos Muguiro, responsables de Una historia para los Modlin (2012). Una vez más director y guionista parten de un material extraído de la realidad para construir una ficción en torno al reencuentro entre un padre y un hijo (encarnados por el propio Oksman y su progenitor), que llevan años sin verse, en el marco del Mundial del Brasil 2014. En un film donde tanto el cine como el deporte mediatizan las relaciones paternofiliales, Oksman y Muguiro rehuyen el imaginario habitual que asocia familia y fútbol, y en ningún momento utilizan los partidos como elemento catártico para que los dos protagonistas expresen sus emociones. La película cobra un giro con la muerte inesperada del padre de Sergio. Con una delicadeza extraordinaria, el fallecimiento entra a formar parte de la diégesis sin alterar su tono general. Y al mismo tiempo otorgando una nueva lectura en perspectiva a las imágenes que habíamos visto hasta el momento.

Mauro Herce, director de fotografía entre otras de Arraianos de Eloy Enciso y Slimane de José Ángel Ayalón, consiguió el Premio Especial del Jurado de Cineastas del Presente por su ópera prima como director, Dead Slow Ahead. El título del film corresponde a uno de los grados de velocidad de un barco, la ‘avante muy poca’, la mínima para mantenerlo en marcha. Herce nos adentra en el viaje de un carguero filipino, una inmensa máquina que avanza a este ritmo hipnótico por paisajes no siempre reconocibles. Resulta fascinante el poderío visual de esta película que filma el navío como si fuera un espacio más propio del cine fantástico. Herce fija algunas imágenes tan alucinantes como irreales al tiempo que convierte a los marineros en seres que van perdiendo su identidad para fusionarse con esta criatura metálica marina.

Y en la no competitiva Signs of Life, José Luis Guerin dio a conocer su último largometraje L’Accademia delle Muse, una nueva docuficción donde la palabra cobra una centralidad hasta ahora insólita en su obra. La primera parte de la película podría ser el contraplano dialéctico a En la ciudad de Sylvia (2007). Las clases de Rafaelle Pinto, gran experto en Dante y profesor en la Universidad de Barcelona que se prestó a este juego dramático, se convierten en un espacio de debate sobre el papel de la mujer en el arte. En el film, Pinto reivindica la figura de la musa, no como un elemento pasivo, sino como un agente activo en la creación artística, y propone crear esta academia a partir de mujeres que se adecuen a este papel. En el aula se orquesta una polifonía de voces femeninas, de alumnas que no se conforman con ser miradas pasivamente, que cuestionan, matizan o complementan la propuesta del docente. En su casa, la esposa de Pinto (interpretada por su mujer en la vida real, la también filóloga Rosa Delor) ejerce igualmente de contrapunto vital y filosófico a las ideas de su marido. A partir de aquí la película va moviéndose hacia un terreno también poco habitual en el cine del catalán como es el del melodrama adúltero, con los diferentes personajes femeninos convertidos en satélites que gravitan en torno al masculino. L’Accademia delle Muse brilla sobre todo como un trabajo ensayístico sobre el papel de la palabra en la seducción amorosa que opera a diferentes niveles, desde el análisis de su rol en la literatura hasta la constatación de la naturaleza seductora de la enseñanza. En la misma sesión se recuperó el corto Le saphir de Saint-Louis, una pieza auspiciada por el Festival de Cine de La Rochelle que no debería ser menospreciada por su condición de encargo. Por el contrario, Guerin parte de la historia de la catedral de esta ciudad y de uno de los exvotos allí colgados para llevar a cabo un evocador ejercicio narrativo donde una de las facetas más oscuras de la Historia de Europa toma cuerpo como un fantasma entre los muros del edificio. La voz en off del kaurismakiano André Wilms despliega una narración propia de un relato clásico de aventuras marinas que ejerce de contrapunto a las imágenes interiores de la catedral.

musas3L’Accademia delle Muse

Xacio Baño repetía por segundo año competitivo en el concurso Pardi di domani dedicado a los cortometrajes. Como en la anterior Ser e voltar, Eco también utiliza el cine para espejar la relación entre familiares de dos generaciones en el hogar de uno de ellos. En este caso, se trata de un hijo que, junto a su novia, vacía la antigua casa de sus padres para descubrir de repente los diarios personales de su madre. La pareja lee en voz alta algunas de sus páginas, de manera que la casa cada vez más vacía de muebles se empieza a llenar de las palabras de la mujer que vivió en ella buena parte de su vida. No solo son los recuerdos de la madre del protagonista los que resuenan entre las paredes de ese piso. En esas vivencias íntimas que no encontraron más caja de resonancia que la privacidad de un diario se reflejan en cierta manera las vidas de millares de mujeres en nuestro país obligadas a mantener en secreto el conflicto entre sus experiencias personales y el rol que les asignaba la sociedad.

Lois Patiño acudió al festival que le había reconocido en 2013 como mejor director de Cineastas del Presente por Costa da morte con dos cortos fuera de concurso, Estratos de la imagen y Noite sêm distancia, que introducen el color como un nuevo elemento protagónico en su constante investigación de las relaciones entre la figura humana y el paisaje. En la primera, una silueta negra estática se recorta sobre un fondo siempre cambiante de variedad cromática, en una pieza de videoarte en torno al movimiento y el color. En la segunda, el vínculo entre el ser humano y su entorno toma forma a través de una historia de contrabando entre Galicia y Portugal. La manipulación del color y la estaticidad de las figuras confiere un ambiente casi espectral al film, que enriquece con una capa de narrativa, entre la historia y la leyenda, los paisajes de la Serra do Gêres.