Ahora que la película de Isaki Lacuesta, Segundo premio, ha sido seleccionada para representar a España para competir por la nominación del Oscar a mejor película internacional, recuperamos la crítica de la cinta publicada originalmente en el núm. 188 de la revista, mayo 2024.

 

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Fragmento de Ciudad sin sueño (Federico García Lorca, 1929)

 

Aunque el rótulo de la primera imagen indique: “Granada siglo XX”, al final de la película, en sus títulos de crédito, se aclara: “Las escenas de Segundo premio no se corresponden con ninguna realidad verificable en el planeta tierra”. Y, efectivamente, el juego entre lo real y la fantasía, la Tierra y otros planetas (Saturno como eje), es uno de los elementos esenciales de la nueva película de Isaki Lacuesta, en codirección con Pol Rodríguez, y se irá desenvolviendo a lo largo del metraje en una desbordante, prolífica, libre y siempre fértil exploración de recursos tanto narrativos como estéticos. En esa primera imagen la cámara, colocada a ras de suelo, enfoca a un escarabajo que camina lentamente mientras un reencuadre sutil se acerca poco a poco hacia el paisaje de tierra negra que, en un leve movimiento, parece respirar. La potencia simbólica de la secuencia podría sugerir que la película se emplaza en un planeta extraño llamado Granada que, sin embargo, dista mucho de lo que aquella ciudad es ‘de verdad’.

Lo cierto es que Segundo premio se basa en el proceso de gestación de Una semana en el motor de un autobús (1998), tercer y más emblemático álbum en la trayectoria de la banda granadina Los Planetas y considerado hoy uno de los mejores del indie rock español de los noventa. Pero Segundo premio se explica nada más empezar: “Esta no es una película sobre Los Planetas”, indica un letrero que funciona a modo de subtítulo inicial. Un juego gráfico con las palabras de esta frase, sobreexpuestas en la imagen, terminará derivando en otra: “Esta es una película sobre la leyenda de Los Planetas”. El film se sitúa entonces sobre el fondo de nuevo simbólico de Sierra Nevada (con el observatorio astronómico al fondo…) y emprende la narración con la ruptura sentimental y musical entre May (el personaje basado en la primera bajista de la banda, May Oliver, al que da vida la actriz Stéphanie Magnin) y ‘el cantante’ (que es Jota, aunque no aparece identificado como tal en ningún momento del film, y al que interpreta el también músico granadino Daniel Ibáñez). Tal y como cuenta Nando Cruz en su libro Una semana en el motor de un autobús. La historia del disco que casi acaba con Los Planetas (Lengua de Trapo, 2011) –del que es posible reconocer varios pasajes en el film pero siempre reinterpretados y reordenados–, parece que la banda afrontó efectivamente la creación de aquel nuevo disco sumergida en una profunda crisis existencial y de desintegración después del abandono de May y la caída en el abismo de la adicción de Florent, el guitarra (en el film interpretado por el músico Cristalino). Pero Los Planetas han sido siempre huidizos en lo que a su vida privada se refiere y nada sabemos realmente de los detalles de todo esto. Para contarlo, Segundo premio opta por hacer explícito ese heterodoxo y apasionante juego entre la ficción, lo real y la leyenda que se desplegará desde ese mismo momento.

“Esto no ocurrió así. O si ocurrió, nadie pudo verlo porque nos pasó solo por dentro y en algunas canciones”. La voz en off de May avanza algunas claves esenciales sobre el procedimiento que sostiene buena parte de la película: frente a la imposibilidad de narrar los hechos tal cual fueron Lacuesta y Rodríguez escapan de muchos de los códigos del biopic musical más convencional para elaborar un relato en múltiples capas que se construye a partir de la narración en off de los pensamientos de los protagonistas (‘lo que pasó solo por dentro’), pero también de la confluencia entre lo que va sucediendo y lo que cuentan las letras de ‘algunas canciones’. El resultado es un relato coral que integra cuatro voces y combina recuerdos, sensaciones, sueños, quizá alguna mentira y sobre todo mucha fantasía. “Esto no fue así”, afirma de hecho la voz en off del ‘cantante’ en respuesta a lo que acaba de contar May. Un guiño a 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002) que hará explícito el modo en el que los recuerdos de unos se complementan, pero también se contradicen, con los de los otros mientras se van sumando y alternando, a continuación, las voces de los personajes que ‘representan’ a Florent y Eric Jiménez (el batería que se incorporó justo para este disco y al que interpreta Mafo, también músico profesional). Para ilustrar lo que cada uno cuenta y siente desde su particular punto de vista, las imágenes toman además muy distintas formas expresivas. De manera que, junto a la secuencia en blanco y negro que parece de archivo (pero no lo es) del inicio del relato de May, como ilustración de un recuerdo ya pasado, se combinan sin solución de continuidad otras en las que el efecto subjetivo del viaje tóxico y alucinado de Florent hace, por ejemplo, que atraviese espejos o levite hasta traspasar el techo de una habitación.

Pero a todo esto se suma (ya lo explicaba May) esa otra línea narrativa, de sentido más poético, que van generando en paralelo los distintos temas musicales incluidos en el film (uno por cada episodio de los once en los que se estructura y divide la película y que son siempre interpretados en forma de cover por los músicos que dan vida a los personajes). Funciona así, por ejemplo, la presencia de La caja del diablo en el segundo ‘capítulo’, titulado a su vez ‘Negociando con el diablo’. Aquí Los Planetas, en su intento por ‘resucitar’ una banda hecha pedazos (la iconografía vampírica recorre todo el metraje) vuelven al Planta Baja, la mítica sala granadina, para interpretar en directo aquella canción que, en las imágenes de la película, dominadas por el poderoso rojo de los focos, recuerda y quizá de algún modo también homenajea el momento del concierto del FIB 2009 en el que tocaron este mismo tema. “Esto parece una película de Jess Franco”, afirma además el personaje de Mafo. La multirreferencialidad, el juego metalingüístico y la posibilidad de interpretación en múltiples y apasionates direcciones están servidas.

Pero Segundo premio no es solo una película sobre la imposibilidad de dar forma a un relato unívoco sobre una banda de música y su proceso creativo. La película de Lacuesta y Rodríguez es también una historia de amor sobre lo difícil que resulta a veces comunicarse bien con el otro. “Cuando intento imaginar sus sentimientos pienso que la única forma que tenían de abrirse entre ellos, de quererse el uno al otro, era a través de una tercera persona”, explica de nuevo May, el personaje que menos parece ‘figurar’ en el film y que, sin embargo, lo podemos afirmar ya, es su verdadero eje estructural, la clave que unifica y le da coherencia a todo. Después de esta afirmación aparece por primera vez una imagen que será recurrente y que irá interrumpiendo el sentido lineal de la ‘historia’ de creación del disco. Una imagen cuyo significado es eminentemente alegórico: Jota, Florent y May, tumbados y abrazados, se entrelazan al sol en una terraza con La Alhambra al fondo mientras suena Love is the Worst, un tema de Alondra Bentley (compuesto también por Lacuesta). La idea de que una banda (también la del propio equipo de realización de la película), a pesar de todas las distancias y los múltiples desencuentros entre sus miembros, no es posible sin la presencia y la colaboración de todos, se refuerza además a través del recurso de un travelling circular que se repite varias veces en el film cuando el grupo está al completo y que enfatiza la importancia de su unión.

Para otro texto (aquí ya no hay espacio) quedan por comentar los distintos y siempre ingeniosos mecanismos a través de los cuales el film disemina todas las múltiples citas y referencias que incluye (además de las cinematográficas, los discos Bandwagonesque, de Teenage Fanclub; I Was a Mod Before You Was a Mod, de Television Personalities o el Jamboree, de Beat Happening, pero también las marchas procesionales de Semana Santa o el vinilo del Loveless, de My Bloody Valentine). Y sin embargo hay una, la de Federico García Lorca, que recorre la película en forma de enérgico y sólido hilo conductor, que conduce además a otro álbum capital de los noventa, el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick. Granada y Nueva York, pero también el arte y el exceso, la psicodelia y el flamenco, la fantasmagoría y los desvelos o la ensoñación de Lorca (y la revisión que de él hicieron Morente, Lagartija Nick y Los Planetas) concentran así toda la potencia lírica y buena parte del tono y el espíritu del un film que encuentra, en la secuencia en la que Florent se topa en el polígono con el cocodrilo de Ciudad sin sueño (mientras se escucha el tema), toda su perspicaz y rotunda capacidad polisémica.

Jara Yáñez