La compasión y el fracaso.
Àngel Quintana.

En los momentos finales de Sueño de invierno, una borrachera acelera diferentes confesiones personales en medio de un curioso efecto tragicómico que desemboca en el patetismo. El intelectual Aydin, refugiado en casa de un amigo, cita a Shakespeare y a Chéjov con dos afirmaciones que van a ser claves para entender el trasfondo de la película. En la primera nos recuerda que la compasión es el refugio de los cobardes, mientras que en la segunda sostiene que todos soñamos con grandes empresas para acabar fracasando. La compasión genera un discurso en torno a la mala conciencia de clase, mientras que el fracaso de las quimeras tiene que ver con la crisis interior que vive Aydin, un personaje que se cree capaz de dar consejos morales y de controlar su pequeño mundo sin darse cuenta de que todo es muy frágil y quebradizo.

Nuri Bilge Ceylan construye Sueño de invierno como el drama de unos seres aletargados en el frío invierno del erosionado paisaje de la Capadocia (Anatolia Central). Aydin está semirretirado del mundo cultural y se ocupa de administrar su Hotel Otello, junto con otros pequeños contratos de arrendamiento que han surgido como resultado de una herencia paterna. En su refugio invernal quiere escribir una historia del teatro turco, desea revivir la nostalgia de su frustración como ese actor que no llegó a ser y escribe artículos en la prensa local sobre los problemas del desarrollo turístico fruto de la explotación económica. Como intelectual se propone dar recetas a los otros a partir de sus previsibles grandes ideas, pero actúa con indiferencia frente a los seres de su entorno, pues interiormente considera que el resto de la humanidad no está a su altura. Algo fortuito irrumpe en la vida de Aydin y lo hace despertar de su sueño. Durante una visita a sus propiedades, un niño lanza una piedra a su coche. El niño es hijo de un padre preso y pertenece a una familia pobre de arrendatarios que están incapacitados para pagar el alquiler de la vivienda y no pueden soportar la presión de su patrón. El gesto del niño despierta en Aydin una cierta mala conciencia de clase y hace que su indiferencia avance hacia una incierta compasión. Nihal, su joven esposa, cree en los gestos caritativos y lucha para llevar a cabo algunas acciones sociales centradas en las políticas de desarrollo de una escuela cercana. La compasión penetra en el mundo familiar como un conflicto que les vincula con el mundo exterior y como un modo de suplir la mala conciencia. Sin embargo, a medida que avanza el relato, la compasión se impone como un gesto de cobardía frente a una crisis social
y política en la que los personajes acaban participando.

El despertar hacia el mundo exterior no tarda en convertirse en un despertar hacia la propia interioridad. En el Hotel Otello el tiempo pasa lentamente, el letargo invernal genera tedio y algo desestabiliza las relaciones. Junto a la pareja protagonista, en el hotel reside Necla, hermana de Aydin, una mujer que acaba de separarse y que se siente torturada por un profundo remordimiento  y por una fuerte amargura que se traduce en sensación de vacío existencial. El personaje de Necla acaba proyectando su crisis en la pareja formada por Aydin y Nihal. La chica joven, cansada de la monotonía cotidiana y del vacío que impone el paso de las horas, saca a la luz los secretos del matrimonio y lanza flechas envenenadas contra su marido. La tensión pone en evidencia un fracaso matrimonial que esconde un marcado fracaso vital. Las grandes empresas soñadas quedan destruidas cuando los seres humanos ven cómo se desnuda su condición.

Entre dos luces

Nuri Bilge Ceylan filma Sueño de invierno a partir de un juego entre dos luces. La luz de los espacios interiores es amarillenta, como si fuera una luz otoñal que marcara el declive de los personajes. La luz exterior, apoyada por el espectacular paisaje de la Capadocia, es fría, invernal, y nos recuerda que más allá del aletargamiento al que hace referencia el título, también existe una especie de enfriamiento progresivo de las pasiones y de las emociones. Cey-lan continúa construyendo de forma impecable su trabajo de puesta en escena, pero lleva a cabo una discreta deriva hacia un cierto clasicismo. Mientras que en Érase una vez en Anatolia, existía una suerte de espacio vacío que desestabilizaba el relato hasta convertirlo en una reflexión sobre las capas de lo real que entroncaba con el legado de Michelangelo Antonioni, en Sueño de invierno todo parece más sobrio. En el trasfondo están tres pequeños cuentos de Chéjov que actúan como subtextos que remarcan ese sentido chejoviano de la dramaturgia en la que, tras ciertos pequeños destellos que revelan un momento de tránsito vital, surgen los sentimientos profundos que han estado aletargados en el frío invierno del devenir existencial. Estos ecos chejovianos convierten el eje central de la película en un pulso dramático en el que la palabra adquiere gran protagonismo. Ceylan organiza una parte esencial de la película a partir de largos duetos entre Aydin y Nihal, o entre Aydin y Necla, durante los que se pone en escena un drama en el que la intensidad penetra por la grieta existente entre aquello que se dice y aquello que el alma oculta. La palabra se convierte en artificio de una interioridad que es radiografiada. El gesto de Ceylan remite a los retratos llevados a cabo por Ingmar Bergman en torno a los fantasmas de la convivencia.

La hipótesis del clasicismo ha provocado que algunos sectores críticos consideren Sueño de invierno como un ejercicio que evoca cierto cine del pasado que parte del retrato de las debilidades de la condición humana para hacer evidente un gran tema que, desde el presente, busca su irradiación en la vieja tradición. Curiosamente, ese pretendido clasicismo de Ceylan genera una paradoja. Es cierto que el cineasta rechaza la búsqueda de nuevas escrituras y que busca la solidez en unos referentes concretos, pero curiosamente estos no están presentes ni en el academicismo, ni en cierta deriva clásica, sino en esa modernidad europea que generó algunas propuesta de cine de autor en los años sesenta, en la que Ceylan no cesa de buscar un continuo diálogo. Esta búsqueda legítima convierte Sueño de invierno en una auténtica película outsider en el cine actual. Estamos ante una obra que cree en cierta idea baziniana del cine impuro, que establece un diálogo permanente con las otras artes y que piensa que el cine aún puede llegar a ser ese espacio en el que todo aquello más oculto emerge a la superficie para ayudarnos a comprender qué somos y en qué frondosa selva nos hemos extraviado.