Ricardo González.
Cuando una obra cinematográfica es consciente plenamente de qué quiere contar, cómo hacerlo y a quién dirigirlo al menos merece el beneficio de la duda. Días de vinilo es una de esas películas irregulares pero que consigue dejarnos un buen sabor de boca. Deudora directa de la deliciosa Alta fidelidad, tanto en género (comedia romántica) como en leitmotiv (la música) peca de un metraje excesivo, se vuelve por momentos muy predecible (reacciona demasiado tarde y no es suficiente el giro narrativo que propone) y recuerda demasiado a otras películas, convirtiendo intertextualidad en patchwork explícito. Pero sería injusto no apuntar que todos estos elementos están en su mayor parte buscados deliberadamente por el novel director Gabriel Nesci, venido de la televisión (este detalle biográfico puede dar respuesta a los peros del film), en aras del entretenimiento sobre otros aspectos. Los actores, como siempre en el cine argentino, solventan la papeleta por encima de la media, incluido el maravilloso cameo en tres actos de Leonardo Sbaraglia que justifica casi por sí solo el visionado de la película. Algunos gags bien ejecutados, una subtrama beatlemaniaca y un amable tono (auto)paródico sobre el proceso creativo y el género que pisa convierten a Días de vinilo en un artefacto eficaz para pasar un rato fuera de los grandes presupuestos y las gafas de 3D.
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