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Tres películas sujetas a una tendencia similar han coincidido en la selección de las múltiples secciones que propone el Festival de Sevilla. Holy Spider de Ali Abbasi en Sección Oficial, Conspiración en el Cairo de Tarik Saleh y la que nos ocupa principalmente en esta crónica, Ashkal de Youssef Chebbi. Tres cintas que juguetean con el cine de género estadounidense, en particular el thriller y el terror, para hablarnos de distintas cuestiones, de índole contemporánea, que ocurren en, respectivamente, Irán, Egipto y Tunez, tales como la misoginia institucionalizada, el integrismo religioso en los estamentos de poder y el terrorismo como enfermedad casi biológica y cronenbergiana. Las dos primeras, adolecen de una supeditación a los tropos y modos más convencionales y estereotipados del cine de género estadounidense, convirtiéndose en remedos clónicos y afectados de un tipo de cine cuya exportación formal y estilística, fagocitando las idiosincrasias particulares de las distintas cinematografías se me hace harto difícil de entender y soportar.

Caso distinto es el que nos ocupa en Ashkal, dirigida por Youssef Chebbi, la más redonda de las tres propuestas. Un autor ya conocido por los asiduos al Festival de Sevilla, ya que el pasado año estrenaría, codirigiendo junto a ïshmael, una de las joyas que nos proporcionó la pasada edición de Nuevas Olas Ficción, Black Medusa. Tanto en esta última como en Ashkal, Chebbi, esta vez en solitario, hace uso de los modos y formas del género de terror y el thriller, entregando una intriga criminal que se asemeja superficialmente a las formas austeras y ásperas del Cary Fukunaga de True Detective o el David Fincher de Zodiac o el serial Mindhunter, pero imbuyéndolo de una atmósfera surreal y pesadillesca, entremezclando con acierto el material audiovisual preexistente como elemento contagioso, desestabilizador y sobrenatural, al estilo de lo propuesto por Hideo Nakata en el clásico del terror nipón The Ring, más las perversa imaginería del acto final del Hereditary de Ari Astar, y una cámara subjetiva y sinuosa que nos trae el recuerdo algunos de los pasajes más sugerentes y sobrecogedores del cine de David Lynch. El problema, que la fusión de realismo y ficción, de cine de género y de denuncia social, se queda corta en cocción, solapándose y pisándose constantemente la una a la otra, convirtiéndose más en impedimento que en complemento, sin alcanzar, finalmente, las cotas de brillantez de su anterior trabajo, Black Medusa.