Jonay Armas

Es difícil olvidar la graciosa pataleta de Christopher Plummer declarando que Terrence Malick había destrozado su interpretación en El nuevo mundo (2005). El actor había olvidado lo que aquí celebra Alec Baldwin: la posibilidad de ser la expresión física de las intenciones de un autor, despojarse de los egos y atreverse a aparecer y desa-
parecer de la pantalla tal y como un color lo haría en el lienzo de un pintor. Pero el cine parece obligado a convivir con el dinero, naturaleza imperfecta a la que no están tan sujetas la poesía o la sugerida pintura. Barreras impuestas por un cine-mercado en el que todo acto creativo queda en suspenso como eterna promesa de futuro (materia que vertebraba Los ilusos, de Jonás Trueba).

Seducidos y abandonados, documental filmado durante el Festival de Cannes, rodeado de celebridades y conducido por James Toback y el propio Baldwin, pone en juego el acto mismo de filmar como si se tratara del estado natural de un cineasta, un retorno a la normalidad amenazado por el abismo que separa sus intenciones expresivas frente al productor tradicional, que traduce toda obra en términos de riesgo y rentabilidad. Provisto de una sana informalidad, de una seductora ligereza, de un importante repaso histórico disfrazado de pura anécdota, el documental pone en juego esa tensión ejercida por un cine entendido como rotunda forma de arte retando a la tiranía de un marketing impuesto como elemento primordial. Y es esa imposición la que desdibuja el verdadero deseo de hacer, de contar. “Pasar tan poco tiempo filmando no es manera de vivir”, aseguraba Orson Welles. El film de Toback adopta aquella frase como mantra, revelando el sentimiento de frustración que subyace bajo el humor de una cinta conducida por la música de Shostakovich, otro mensajero oprimido por su entorno. En su frustración, el cineasta descubre que la imposibilidad de participar del cine puede ser tan amarga como la muerte: mientras su entorno permanece a oscuras, la pantalla se ilumina vinculándole de nuevo a la vida.