Carlos F. Heredero.
En las postrimerías de la posmodernidad, cuando pareciera que estuvieran a punto de agotarse ya –por saturación– todas las potencialidades autorreferenciales del viejo cinematógrafo, algunas heterogéneas corrientes creativas parecían volverse, en todos los países, hacia la vocación inicial del invento de los hermanos Lumière. El mismo medio que comenzó registrando La salida de los obreros de la fábrica y que dio sus primeros pasos documentando diferentes realidades sociales y etnográficas para darlas a conocer en otros lugares del globo (cuando casi todos los habitantes del planeta desconocían todavía por completo cómo eran otras tierras y otros países), cumplía más o menos un siglo de existencia intentado recuperar aquella primigenia vocación de sus orígenes.
Desde entonces hasta ahora, el documental no solo ha recuperado el ímpetu propio de sus primeros tiempos creativos (de Dziga Vertov a Flaherty, o viceversa), sino que ha contribuido de manera decisiva a la apertura de nuevos horizontes fílmicos. La fecunda hibridación de sus códigos con los propios del cine de ficción, así como la exploración de nuevas potencialidades propias (lo performativo, lo observacional, el found footage, los diarios personales…) ha generado una extraordinaria floración de iniciativas y propuestas sin las cuales es materialmente imposible entender de forma cabal lo que ha sucedido en el cine universal de los últimos veinte años.
Esa recobrada vitalidad tiene su reflejo en múltiples aspectos de la institución fílmica y, por supuesto, en el paisaje de los festivales. El auge de certámenes especializados (con ejemplos tan notables como el FIDMarseille o DocLisboa en el ámbito internacional, o como Punto de Vista, 3XDC y Documenta Madrid en España, entre muchos otros) es paralelo al interés y a los espacios que le han abierto al documental relevantes festivales generalistas de todos los continentes, como sucede también, entre nosotros, con la SEMINCI de Valladolid o con el Festival de Málaga Cine Español.
La especialización de este último en el ámbito del documental español y latinoamericano, pero abierta igualmente a producciones de cualquier otro país que aborden temas relacionados con España o con el continente americano, le convierte no solo en un termómetro fiel de lo que es hoy el cine documental en estos territorios, sino también en espejo de cómo la producción internacional de no ficción habla de ellos o retrata sus convulsas realidades sociales. De ahí la significación y el relieve que adquiere la importante sección documental de Málaga, en cuya programación de esta edición, 2014, nos adentramos con las páginas que siguen.
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