Carlos F. Heredero.

La herida es profunda y además sangra sin cesar. Este último año (2013), las salas españolas han perdido 16 millones de espectadores respecto a 2012 (un descenso del 17%). Y la sangría es constante: entre 2001 (146,8 millones de espectadores) y 2013 (78 millones), los cines han perdido casi el 47% de su audiencia a lo largo de un proceso de deserción continua, año tras año. En medio de semejante cuadro, la controversia se disparó el otoño pasado: un millón y medio de espectadores tomaron las salas, durante tres días, cuando las películas pudieron verse por solo 2,90 euros gracias a la Fiesta del Cine (21/23 de octubre, 2013). Nadie pudo sustraerse a semejante seísmo.

Por otra parte, no valdrá de nada ignorar que el paradigma del consumo cultural ha cambiado quizás para siempre y que, muy probablemente, los buenos viejos tiempos ya no volverán. Los factores en juego son muchos: ahí están Internet y los profundos cambios en los hábitos de la población más joven, con el continuo avance del cine a la carta; ahí está la piratería, sí, pero también la oferta cada vez más reducida –y más sometida a las majors– de la mayoría de las pantallas (frente a una minoría de salas que mantienen su apuesta por la diversidad cultural); ahí está la cegata subida del IVA; ahí está el prestigio creciente de la ficción narrativa en la pequeña pantalla; y ahí está, se quiera o no, la percepción social, prácticamente generalizada, de que el cine es caro.

Pues bien: no será solo con Fiestas del Cine, ni con ridículas coreografías en la gala de los Goya, como se va a recuperar el gusto por el ir al cine, al español o a cualquier otro. Será preciso replantearse en serio la política de precios; será necesario regular por ley los porcentajes abusivos que las majors imponen a los cines en un mercado cada vez menos libre y más cautivo; sería deseable salir de las viejas rutinas y buscar nuevas fórmulas de programación (sesiones diferenciadas en días y en horarios, abonos o tarifas planas de fidelización…); será inevitable replantear por completo el calendario de las sucesivas ventanas de exhibición; sería imprescindible recuperar para nuestras salas la rica y vivísima variedad de cine joven y novedoso que circula por los mejores festivales; y sería bueno, incluso, romper definitivamente el absurdo tabú del precio único, pues cada vez tiene menos sentido, si es que en alguna ocasión lo tuvo, pagar lo mismo por ir a ver una humildísima película española (o francesa, o polaca, o norteamericana…) de producción independiente que un megablockbuster del gran Hollywood arropado por millones y millones de dólares en producción y en marketing

Sí, claro, todo esto son muchas cosas. Algunas, incluso, les parecerán a según quién verdaderos sacrilegios o sueños angélicos. Pero no será recluyéndonos en las viejas certezas del ancien regime, ni refugiándonos en las resquebrajadas ruinas del viejo orden analógico, ni dejándonos dominar por los interesados dogmas de los más poderosos del mercado, como podremos avanzar hacia un futuro de mayor diversidad cultural. La política del avestruz, como siempre, solo beneficia a quienes disfrutan de los privilegios que alcanzan gracias a la sobreexplotación de los más débiles y a la imposición de su pensamiento único. ¡Pensemos y reaccionemos también los demás!

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En nuestro CUADERNO DE ACTUALIDAD (pág. 66) publicamos un amplio informe sobre la controversia y los diferentes enfoques que se plantean actualmente, entre los distintos sectores de la industria, en el debate sobre el precio de las entradas del cine.