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Francisca Lila.

El misterio que pone en marcha los acontecimientos de El mar del tiempo perdido (1972), cuento de Gabriel García Márquez, es una ráfaga con aroma a rosas. Un detalle que transforma lo cotidiano en fantástico y revoluciona la existencia de los personajes, como es costumbre en la prosa del escritor colombiano. Al otro lado del globo, en la India, el director de cine Gurvinder Singh –presente en Un certain regard en Cannes 2015 con su segundo film de ficción Chauti Koot (The Fourth Direction, 2015)– se inspira en la obra del premio Nobel para crear una película en el seno del Instituto de Cine y Televisión de Pune, como director y profesor guía de los alumnos de teatro que protagonizan el film. Aquí el misterio es otro: un hombre del ejército llega en bote a un pueblo costero, gravemente herido, para reencontrarse con su amor. Su reunión pasa de real a fantástica gracias a una herida que desaparece al limpiarla, y al revelarse que su reencuentro sucede en sueños, ya que él está muerto. El relato se expande y aparecen otros personajes e historias, todas ya inyectadas de un aroma mágico que parece haber viajado desde Macondo hasta el mar Arábigo.

Sea of Lost Time es una película concebida como un aprendizaje y sus 45 minutos, estrenados en la sección Ruin Films del festival de Rotterdam 2019, son solo las secuencias que su equipo puedo rodar antes de detenerse por problemas internos de la institución educativa que patrocinó el rodaje. Su cualidad de film inacabado, revelada sin tapujos al comenzar el metraje, resulta más una anécdota que una excusa, ya que las secuencias se sostienen por sí mismas como cuentos literarios o ejercicios de estilo. Los interiores se revelan como atrezzos, la cámara vacila en sus movimientos revelando la mano que la maneja y los personajes son conscientes de existir gracias a actores, sin que esta autoconsciencia se confunda con su ruina sino recordando al teatro y la solemnidad de la dramaturgia. Musicalizando en hindi el poema Alberto Rojas Jimenez viene volando de Pablo Neruda, el canto casi al final del film rompe con esta consciente representación y provoca una emoción que derriba toda artificialidad, como si por un segundo el atrezzo, la cámara y los actores se fundieran en una sola y bella realidad. 

No parece casualidad que las primeras imágenes de la película muestren agua y fuego. En India ambos elementos se relacionan con la muerte, ya que el cuerpo impide que el alma avance a su próximo viaje y por tanto éste se quema y sus cenizas se arrojan al agua. Si la lámpara de aceite es otro elemento clave del rito funerario hindú, el plato de cangrejos, el fabricante de jaulas, el millonario que llega al pueblo o el jugador de ajedrez son elementos sacados directamente de varios cuentos de García Márquez. Dos culturas tan diferentes se entremezclan aquí para hablar de temas tan universales como el recuerdo, la avaricia y la nostalgia, y la depresión de un personaje provocada por la traición de su más fiel compañero, un caballo, se apaga al revelarse la música, presente durante todo el film, para que finalmente encuentre su voz y se disponga a cantar: sobre las piedras en que te derrites, solo entre los muertos, vienes volando.