¿Qué puede haber más apátrida que flotar en mitad de las aguas, bien sea en las del mar que separa continentes, o en la de los lagos que delimitan regiones o países? Es en este último entorno, en el del lago Lemán que queda entre Suiza y Francia, donde el joven Lucien Monot ubica su película Le Pays (2019). Un mediometraje que filma a David y Chady, dos tripulantes de un barco que hace la ruta que une Lausana con Évian, la orilla norte con la sur. Compañeros de profesión, ambos confraternizan por un común denominador: la nostalgía de sus diferentes orígenes, de lugares lejanos entre sí, fuera de Europa, más allá de las montañas que rodean y nutren al lago.
Al igual que las obras anteriores del realizador suizo, Genesis (2016) y Les Histories vraies (2017), en las que el lago Lemán también adquiría una notoria presencia, Monot recorre y fija los rostros con su cámara, los analiza, retrata y filma con una proximidad introductoria, evocadora. Seres registrados entre las impurezas del sustrato del fotograma, de la película, como marcas del tiempo que pasa sin que puedan retornar, fantasmales. De esta forma permite al espectador el acceso a los pensamientos, anhelos y nostalgias que quedan al descubierto en fotos familiares, o en el uso de los diálogos, a veces en off, que no coinciden con los gestos, sino que los acompañan. Son voces que no están sujetas a un tiempo ni a un espacio, como no lo está la construcción del recuerdo del lugar añorado, y que se incorporan a las personas, a los personajes, al mirarlos a través del cristal de una cafetería, en el puesto de mando del barco o en el muro del paseo de un bulevar al atardecer.
Pero más allá del sentimiento de pertenencia a un lugar, de la silueta de las cumbres alpinas recortada entre el cielo y las aguas, más allá, está el resto. Otros universos de los que llegan ecos que resuenan desde el otro lado, de fuera del valle, desde lo global. Y así, postales de ídolos adolescentes del pop coreano o portadas de revistas de agencias que anuncian viajes exóticos, fotografías de nuevo, hacen patente la existencia de caminos de ida y vuelta que probablemente David y Chady no recorrerán. Aunque sepan que, permaneciendo allí, flotando en las aguas de nadie, no estarán en su país, sino que quedarán como sombras que transitan entre el sueño y lo real en busca del hogar. Miguel Ángel Molina