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Yaiza Agüero.

Dicen que cuando los elefantes enferman y están a punto de morir se alejan de la manada para marchar en soledad y esperar a la muerte, para que los demás no tengan que verlos muriendo. Riho Kudo muestra a través de una mirilla la muerte de la adolescencia y el paso de la juventud en su ópera prima, perteneciente al subgénero japonés seishun eiga. Esta pérdida se hace presente en Emma (Yukino Murakami), la joven protagonista, que sufre amnesia y disociación de la realidad de manera creciente conforme avanzan el conflicto y la historia. La película es un evocador tira y afloja entre los recuerdos y el ahora. Entre la pérdida de identidad y la reafirmación de la misma.

Los personajes que dan nombre a la obra sufren una orfandad distinta. La orfandad del abandono de la sociedad, de los valores de la inocencia y la niñez, del respaldo de una vida en amistad. Esto se ve reflejado en la ausencia de figuras paternas o adultas y en la ocupación de los vacíos por enfermedades mentales en el caso Emma y Yang.

Similar a una road movie física y emocional, Orphan’s Blues (Japón, 2018) se adentra en la lucha interna entre el olvido y el recuerdo como si de dos fuerzas opuestas se tratase. El secretismo y la represión del sufrimiento cobran vida en la opresión de los espacios, en la oscuridad de los mismos cuando son habitados por la verdad. Una verdad sofocante como el –casi apocalíptico– pegajoso verano que hace sudar, que pica, que hace relucir las cicatrices y ahoga a Emma en una ciudad industrial, chatarrera. Es en el entorno natural y salvaje donde la violencia silenciosa se desata y pone de manifiesto la dualidad de la memoria. La directora remarca en una secuencia este juego de realidades paralelas en la pantalla, partiendo el plano mediante un ventanal dividido en dos partes: los portadores de la acallada verdad por un lado y la búsqueda de Emma de un ideal que no va a llegar nunca –al menos en la realidad tangible– por otro. La tensión opuesta entre ambas se hará carne también entre Van (Takuro Kamikawa) y Emma. Uno tirará del otro hasta que ambas realidades se fundan y cuando todo pase, toda la fuerza que generó Emma hacia el lado contrario rebotará en su mente y se convertirá en negación.

La protagonista personifica el retiro y la muerte del elefante, el gran tótem de la memoria, que funciona como un personaje más en la trama. Los elefantes que le pintó su amigo en la infancia, como si fuesen el baku de su mente, no podrán protegerla de ella misma y de la pérdida de memoria. El único rastro que le queda de su amistad será el elefante que la abandonará, para dejar morir el pasado, mientras la manada observa desde el presente cómo el elefante herido se aleja.