Al igual que cada paso que compone un ritual, las imágenes de Scales están tratadas con increíble precisión. El altísimo contraste de la luz embellece las figuras y consigue trasladar al espectador al mundo de leyenda en el que viven los personajes. Del mismo modo que la ausencia de color hace predominar las texturas de las rocas, de la arena y del mar en contraposición a un cielo que, por su ausencia de nubes, deja de existir: es un telón blanco o negro. Y la fisicidad de los objetos es tanto visual como sonora: las manos y las voces son representantes de este hecho.
Y, al igual que en las comunidades anclada a los rituales, cada acto queda empequeñecido o hiperbolizado. En Scales los personajes son mostrados unas veces como hormigas enfrentadas al paisaje y otras son los dueños de la imagen. Aunque, por regla general, Shahad Ameen los muestra encerrados: tras las delgadas verjas de las ventanas de las casas o tras las vallas de madera del pueblo. Más profundamente, tras las redes de pesca que pueden proporcionarles el único sustento que necesitan para su supervivencia. Si quieren optar a comer, necesitan pescar y, para eso, han de sacrificar a una hija de cada familia al mar. De lo contrario, este estará vacío de alimento.
El antiguo equilibrio que proporciona este ritual se ve amenazado por Hayat, que no fue sacrificada de recién nacida por su padre y ahora es vista en el pueblo como símbolo de mala suerte. Al cumplir doce años, vuelve a ser ofrendada pero el mar la escupe. Cansada de que la repudien, en el momento más importante de la película Hayat desempeña por primera vez el papel de un hombre. Rodeada de ellos, y ocupando el centro absoluto del plano, acepta con violencia su nuevo papel en el grupo.
Scales, por tanto, se erige como una metáfora en la que la mujer ha de luchar para conseguir que la respeten. Mediante un travelling, Ameen muestra a Hayat pasando por delante de la casa habitada por el resto de personajes femeninos, ocultos, de nuevo, tras oscuridad y barrotes. En un contexto como el de Arabia Saudí, país del que procede la película, es perfectamente entendible esta aproximación al feminismo. Allí la opresión hacia la mujer es más fuerte y clara, y a veces la violencia parece el único camino. Sin embargo, la última secuencia de la película es clave para abrir otra forma de acercamiento. Hayat se consagra a su pueblo pero de una forma no violenta, sino a través de su poder inherente como mujer. La integración se produce, finalmente, desde el conocimiento de la igualdad y de la aportación única de cada miembro. Se sublima el rito para alcanzar la comunión. Pablo Fernández