¿Cómo hacer que coincidan el tiempo épico y el tiempo como tal, filmar este último a través del primero? En un festival marcado por la presencia de la memoria y sus vicisitudes, el segundo largometraje de Arthur Harari, de producción francesa pero hablado en japonés, se plantea esa cuestión por medio de una película-bucle, un film que intenta borrar el tiempo para adentrarse en el secreto de la aventura, entendida precisamente como anulación temporal y exaltación del gesto inútil. La historia del oficial japonés que, ignorante del final de la guerra, sobrevive durante décadas en una isla se cruza con la de otros personajes a lo largo de un trayecto cronológico que no es tal, sino que se muestra fragmentariamente, por una poderosa razón: de la misma manera que, en la mente de ese personaje, el presente se detiene y se sumerge en otras dimensiones, hasta convertirse en ensoñación, la propia película va adelante y atrás, cambia de tono y de registro, parte en busca de un horizonte existencial a partir de una situación que, en el fondo, se basa en la inmovilidad.
Onoda no es una gran película, ni mucho menos, y sus 165 minutos se expanden y comprimen a menudo con incomprensible arbitrariedad. Pero su voluntad de encontrar un estilo en el centro de esa trama inextricable tiene algo de metáfora de las más grandes películas vistas este año en la sección oficial del Festival de Sevilla. Como si se tratara de retroceder para comprender, de volver atrás en busca de todo aquello que todavía está ausente, a menudo de manera incomprensible, algunos cineastas plantean concebir el cine como un viaje inverso, obligarlo a retroceder para reencontrarse y reencontrarnos. El equipo de rodaje de Diarios de Otsoga (Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes), la desconcertada heroína de Memoria (Apichatpong Weerasethakul), el cineasta furibundo de Ahed’s Knee (Nadav Lapid), la escritora en busca de un estilo de La isla de Bergman (Mia Hansen-Love) y los padres y los hijos que nunca logran conectar de Tres pisos (Nanni Moretti), por citar las que me parecen las cinco mejores películas de la sección, solo consiguen entender un poco sus respectivos presentes cuando se producen pequeñas revelaciones o epifanías que tienen lugar en los pliegues del tiempo y que los envían a otra dimensión ficcional, en busca de un nuevo relato. Al final de Onoda, el joven que ha hablado con el soldado que se perdió en su propio pasado lo devuelve a la vida posando con él en una fotografía que ya le permite circular por el presente. La imagen es siempre móvil y alada, y escapa de nuestros intentos de clasificación asumiendo una fragilidad que la convierte en inasible.