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La primera propuesta fílmica de gran envergadura que ha llegado a las pantallas de la Croisette. Basada en el libro de investigación Atlas de una ciudad ocupada (Ámsterdam, 1940-1945), de la escritora y directora holandesa Bianca Stigter, esposa de Steve McQueen, la propuesta del cineasta es un tour de force monumental ­que construye un puzle calidoscópico del presente de la ciudad de Ámsterdam sobre el que resuena, calle a calle, plaza a plaza y rincón a rincón, el eco de una memoria trágica: la vida en aquella urbe durante los años que duró la ocupación nazi. Una voz en off desgrana impasible (de manera escueta, precisa y concreta, casi como un informe médico, sin comentarios retóricos o melodramáticos, sin permitirse ninguna inflexión emocional) lo que sucedió en el número tal de la calle cual, en el edificio de más allá o en la plaza de al lado. Un crisol devastador de progromos, detenciones, torturas, delaciones, fusilamientos masivos, deportaciones a los campos de exterminio y todo tipo de barbaries se suceden, uno tras otro, en el relato off que acompaña a las imágenes ­–sin cambiar el registro en ningún momento, con un rigor implacable­– durante las cuatro horas y seis minutos de metraje, con un descanso entre medias de quince minutos para estirar las piernas o para ir al lavabo.

Emerge así, de manera gradual pero constante, la memoria de una ciudad en la que nazis, judíos, colaboracionistas, delatores, luchadores de la resistencia, militantes comunistas y socialistas, miembros de la gestapo y de las SS, integrantes del partido nazi neerlandés y ciudadanos de toda laya y condición vivían en estrecha proximidad, compartían viviendas y edificios, calles y mercados, escuelas y hospitales. Las servidumbres, la miseria, la cobardía y el heroísmo se daban la mano en cada uno de los rincones, calles, plazas y espacios que la cámara de McQueen filma hoy en la Ámsterdam contemporánea, mestiza, plural, olvidadiza, epicúrea, asolada por la COVID-19 o invadida por manifestaciones ecologistas, arrasadora de su pasado urbanístico mucho más de lo que podría pensarse, donde la vida privada y la convivencia comunitaria se mezclan de manera indistinta.

McQueen penetra, incluso, en los espacios privados donde viven hoy ciudadanos que nada tienen que ver, ni guardan relación alguna (en la mayoría de los casos) con lo que, ochenta años antes, pasó en aquella misma casa, con los holandeses, judíos o no, que vivían en esas mismas habitaciones, en esa escalera o en ese sótano en el que la familia actual guarda las conservas. En los espacios urbanos donde antes existían edificios ya demolidos, en los ámbitos culturales que entonces fueron usurpados por la furia genocida de la limpieza étnica que llevó a exterminar a decenas de miles de hombres y mujeres. La radiografía es avasalladora, y nos habla tanto de la memoria histórica perdida, olvidada o sepultada como de la vitalidad y de las energías reivindicativas de determinados sectores de la ciudad actual. Habrá que volver con mucha más calma y con más amplitud sobre este monumento que es, a la vez, una radiografía clínica del pretérito más ominoso, una dolorosa acta acusatoria sobre un presente que parece desconocer el suelo sobre el que se asienta y una celebración de las energías cívicas y democráticas del presente. Carlos F. Heredero


El punto de partida de este largo documental de Steve McQueen es un Atlas, concretamente el libro Atlas de una ciudad ocupada (Ámsterdam, 1940-1945) de Blanca Stigter. El Atlas tiene como objetivo establecer una topografía de la ciudad a partir de los lugares de memoria que pueden servir como espacios clave para entender los años de ocupación nazi que vivió Ámsterdam y algunos sucesos clave que tuvieron lugar después de la ocupación. No hay una narración lineal, ni una exposición progresiva de los hechos. El Atlas identifica espacios y una vez identificados explora las huellas de lo que allí sucedió. Muchos espacios han sido demolidos, otros han mutado con el paso del tiempo, han acabado maquillados y la mayoría han escondido las cicatrices del tiempo. Steve McQueen parte de este Atlas para realizar una exploración desde el presente de las huellas de la memoria. La voz en off de Blanca Stigter recita de forma monótona un inventario de lo que acaeció en cada espacio, la cámara visita cada lugar e intenta buscar alguna cosa de lo sucedido.

A pesar de que la propuesta de Steve McQueen es apasionante y coherente, el espectador tiene el sentimiento de que hay un cierto fracaso ante las políticas de la memoria. Como hemos dicho, el cineasta visita los espacios y la voz en off crea una especie de contraste entre la imagen y la palabra, pero resulta difícil que en medio de este juego surjan las huellas de la memoria. No acaba de aflorar el tiempo y el inventario se hace repetitivo, el Atlas marca una topografía, pero no permite mostrar todas las contradicciones que el presente esconde desde el pasado. Aparte de los espacios de memoria, Steve McQueen filma algunos hechos acaecidos en Ámsterdam entre 2020 y 2022. La ciudad asediada por los nazis se ha convertido en la ciudad vaciada por la pandemia, pero esta misma ciudad también esconde grupos neonazis que, de forma progresiva, van ocupando una posición en el parlamento holandés, las contradicciones de la monarquía, el barrio rojo y sus submundos subterráneos. ¿Cómo encajar este presente pandémico y post-pandémico con la memoria de la ocupación nazi? Steve McQueen no acaba de dar respuestas. La película, de cuatro horas y media, se mantiene fiel a su dispositivo y rehúye las imágenes de archivo, pero intuimos que nos falta algo que nos permita conocer mejor las múltiples pequeñas historias oscuras que el Atlas de la memoria cartografía. Àngel Quintana