En un principio, este primer largometraje de Molly Manning Walker podría verse como una puesta al día, en versión británica y femenina, de ciertas comedias hollywoodienses de los ochenta al estilo de Granujas a todo ritmo o Los incorregibles albóndigas, desastradas epopeyas de sexo y música en torno a un grupo de amigos únicamente obsesionados con la diversión, quizá la transgresión. También podría contemplarse como una película realista, casi documental, en la tradición del Free Cinema, acerca de los modelos de ocio vacacional de la clase obrera inglesa, en este caso chicas del siglo XXI. Pronto, sin embargo, se hace evidente que How To Have Sex es otra cosa, y que Manning Walker pretende dotar a esa aparente intrascendencia de un hálito ya no dramático, sino casi trágico. Un trío de amigas a punto de dejar atrás la primera juventud llegan a Creta con la única intención de bailar sin freno, beber hasta reventar y, sobre todo, conseguir que una de ellas viva su primera experiencia sexual, rito de iniciación que se verá un tanto alterado cuando ese personaje empiece a advertir que quizá esa no es la solución a todos sus problemas, al futuro que le espera. Pues el film de Manning Walker pone en escena, ante todo, a alguien que se pone a pensar, a tomar conciencia, momento a partir del cual el tono de la película cambia irremediablemente y también la intención. Ahora se trata de demostrar que un planteamiento como este también puede convertirse en ‘cine serio’, incluso en ‘película de tesis’ sobre el deseo femenino, o en la ilustración de un rito de paso, en relato de aprendizaje. ¿Hacía falta insistir tanto en ello? Seguramente no. Quizá How To Have Sex empiece a perder su frescura, su capacidad subversiva, en el momento en que se hace tan autoconsciente, cuando decide que la comedia no basta para hablar de ‘cosas serias’. Qué lástima. Carlos Losilla