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Óscar Pablos

¿Está todo contado en el desgastado terreno de la comedia romántica, subgénero nupcias y casamientos? La argentina Mi primera boda aspira, con ambiciosa intención, a ser la película definitiva en este peculiar sentido, pues aborda todos los clichés (de herencia norteamericana) a la hora de retratar este tipo de acontecimientos sociales desde una voluntad humorística y propósito desmitificador.

El segundo largometraje de Ariel Winograd escrito por Patricio Vega sustenta dicha comicidad, básicamente, en las diferencias de personalidad de sus protagonistas: Leonora (Natalia Oreiro) es una novia católica de fuerte temperamento, mientras que Adrián (Daniel Hendler) es un novio judío de carácter pacífico que decide retrasar durante unas horas el momento del ‘sí, quiero’ tras haber perdido ambas alianzas. Al juego de equívocos, gags y situaciones hilarantes (también inverosímiles) se suman el resto de estrafalarios invitados a la ceremonia (los consabidos familiares, amigos y exparejas de los prometidos, la organizadora del evento, el cura y el rabino…), con el fin de ofrecer una sonriente mirada coral que personifica, desde el acervo popular, un descreído diagnóstico acerca de todos estos ritos, protocolos y convenciones. Lástima que Un día de boda (R. Altman, 1978) se adelantara con una radiografía mucho más incisiva, pero asimismo más aguda y brillante.