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Carlos F. Heredero.

Pocas veces una película se ha impuesto con tanta contundencia y simultánea unanimidad, a la vez, en los corrillos, en el ambiente de la prensa, en las valoraciones de la crítica y en el palmarés de un certamen cinematográfico. ‘El seísmo Kechiche’ titulábamos, de hecho, nuestra crónica del pasado Festival de Cannes, pues lo que ocurrió allí en torno a La vida de Adèle, la nueva realización de Abdellatif Kechiche, fue, efectivamente, lo más parecido a un terremoto fílmico, y de ahí, también, que le dedicáramos nuestra portada de aquel número [Caimán CdC, nº 17; junio, 2013].

Igual que el azul de Emma polariza con fuerza sísmica la mirada y el deseo de Adèle, los fotogramas de Kechiche le movieron el suelo a la crítica y a los espectadores allí presentes, solo que todos los terremotos –bien se sabe– tienen réplicas posteriores, y éste no iba a ser menos. De manera que, tras la gran sacudida, poco a poco han ido dejándose sentir sucesivos y contradictorios movimientos de tierra: las declaraciones de Julie Maroh (autora del cómic original) y su discrepancia respecto a la puesta en escena de los encuentros sexuales, las denuncias que los técnicos y los trabajadores temporales que intervinieron en el film han hecho de sus condiciones laborales durante el rodaje, el debate suscitado desde algunos sectores de la crítica feminista y de los movimientos LGBT respecto a la forma de representación del sexo lésbico y, más recientemente, el premio otorgado por la FIPRESCI a la mejor película del año.

Y todavía quedan por registrar, sin duda, las nuevas réplicas que se puedan producir ahora tras el estreno internacional de la película. Sea como fuere, la vibrante energía física y visual del film (de todo el film, no solo de sus secuencias más carnales) será sometida al cedazo de una segunda visión y al contraste con un espectro mucho más amplio de perspectivas críticas, lo que generará inevitablemente una reconsideración –o reafirmación– de la dimensión real de aquel seísmo. Es la hora de la reflexión sosegada, del estudio concreto, de la mirada tranquila, del análisis comparado…

Y ningún otro momento más oportuno para practicar estos saludables, imprescindibles ejercicios que la rentrée otoñal, salpicada tradicionalmente en España de festivales que casi se pisan unos a otros (San Sebastián, Sitges, Valladolid, Gijón, Sevilla…); festivales que volverán a crear, en su interior y a su alrededor, ese engañoso y habitual ‘efecto pecera’ por el cual no solo resulta inevitable tropezarse allí dentro, y a todas horas, con los mismos ‘pececitos’ (críticos, periodistas, programadores, profesionales de la creación y de la industria), sino que se corre el riesgo, también, de distorsionar el reflejo que sus paredes de cristal nos devuelven de las películas que allí vemos.

Así que es la hora de preguntarnos, para empezar, si nuestra percepción de La vida de Adèle estaba, o no, distorsionada por ese ‘efecto pecera’ (más poderoso en Cannes que en ningún otro sitio), si el terremoto era o no para tanto, si su vibración va a mover realmente, o en qué medida lo hará, el suelo del cine contemporáneo. Empecemos por mirar atenta y reposadamente sus imágenes sin dejarnos llevar por ningún tipo de prejuicios. Abramos el debate, que siempre es saludable.