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Gelu García.

Una luna roja, teñida en blanco y negro, es la forma que tiene el director turco Gürcan Keltek de dar despegue al rodaje de su largometraje Meteors, mostrando una posible metáfora de la desinformación en la que se encuentra ahogado el mundo con respecto a los altercados turcos. El documental nace a raíz de los acontecimientos acaecidos el verano de 2015, cuando un soldado que militaba en el Partido de los Trabajadores de Kurdistán fue asesinado. Es entonces cuando Turquía comenzó un despliegue militar contra los asociados a este régimen, iniciando ataques nacionales con objetivo de hundir a los independentistas kurdos. No hubo cobertura mediática ni informes oficiales, y la única fuente de información fueron retransmisiones anónimas.

Keltek es un director que rompe barreras con sus filmes. Ya demostró tiempo atrás con su cortometraje Colony (Koloni, 2010) cómo domina el arte de hacer que la memoria de los paisajes hablen por sí solos, mostrando lo más aterrador que esconden. Busca actuar como un altavoz del pueblo de Turquía, que se ha visto acallado ya que nunca ha sido un foco de atención para las regiones occidentales. La narradora omnisciente que da voz a la historia es la escritora Ebru Ojen, cuyas palabras acompañan a las distintas imágenes que parecen no tener ningún punto común entre sí, salvo el de sacar a la luz la crueldad.

No es la primera vez que un rodaje enseña el conflicto oriental con escenas reales. Ya el documental Promesas (Promises, Justine Shapiro, 2001) evidenciaba el conflicto palestino-israelí a través de la mirada de los niños. Esto es algo que Keltek refleja con testimonios dantescos de jóvenes que aseguran que ya casi ni prestan atención al ruido de las bombas por las noches, pues solo quieren asistir a la escuela al día siguiente. Los niños son mostrados con primeros planos, con su mirada puesta en la cámara, sin evitar hacer al espectador partícipe de su lucha. Estas personas son socialmente vistas como las más débiles: mujeres, niños, adolescentes… pero el film las muestra cargadas de una gran fortaleza espiritual y vital.

Las imágenes muestran asesinatos, caza de inocentes, bombardeos y actos de represión, que son solo un ruido de fondo para Europa y Estados Unidos. Pero este mismo ruido se transforma en un eco apaciguador y tranquilo, con el ruido del mar y de la muchedumbre jugando en las atracciones infantiles. El largometraje está lleno de contrastes: la brutalidad se mezcla con lo sosegado, los momentos sangrientos con otros llenos de paz, las acciones reales se intercalan con otras oníricas. Resulta bella y aterradora la forma que ha tenido el director de hacer notorio a un pueblo invisible. Cruda, real y dura, Meteors es un disparo directo al corazón, a la moralidad occidental y a sus valores, y la muestra de que la sensibilidad y el abandono comparten habitación.