Chile está a punto de celebrar su primer centenario como nación. El Presidente Pedro Montt que sube al poder en 1906, quiere establecer un pacto que permita la reconciliación entre los colonos, los autóctonos chilenos y los nativos. El pacto, como suele suceder en estos casos, también implica un pacto de silencio. Es preciso silenciar algo, no preguntarse qué pasó siete años antes en Tierra del Fuego, ni qué fue de la tribu de los Onas que poblaban esa tierra. Según los libros de Historia, los Onas que eran unos grandes comerciantes que desaparecieron por la transmisión de enfermedades. Felipe Gálvez demuestra en Los colonos que lo que cuentan los libros no es verdad y que el Estado chileno ha sido incapaz de reconocer que a principios del siglo XX se cometió un genocidio, miles de indios fueron envenenados, emborrachados y aniquilados. Los colonos cuenta una parte de la historia de este genocidio. Un potente terrateniente de la zona contrata a un supuesto lugarteniente británico, a un soldado americano y a un joven de origen indio para que permitan que en Tierra del Fuego se abran caminos para transportar las ovejas hacia el Atlántico. Para llevar a cabo esta expedición deben aniquilar a los indios. Felipe Gálvez rueda el viaje por ese fin del mundo marcado por paisajes sublimes, mientras la violencia originaria acaba manchando de sangre las ovejas y la Historia chilena. Rodada con gran rigor, con un sentido preciso del encuadre y no ajena a las lecciones del cine de Lisandro Alonso –la sombra de Jauja está muy presente– pero buscando una dimensión más política en el uso de la poética. Àngel Quintana