La reserva suiza. (Versión ampliada de Caimán CdC nº52)
Eulàlia Iglesias.
¿Hasta qué punto un premio como el Leopardo de Oro es positivo para una primera película como Godless? Ralitza Petrova debuta con un drama desolado sobre una Bulgaria en que la corrupción lacra hasta al último de sus habitantes. Un diagnóstico que comparte con la otra película de esta nacionalidad a concurso, Glory, segundo largometraje Kristina Grozeva y Petar Valchanov tras La lección (2014), y que gira en torno a un pobre hombre que se ve involucrado a su pesar en un montaje institucional. No hay espacio para la inocencia en Bulgaria, apuntan ambos títulos. El de Grozeva y Valchanov desde un guion ultracalculado que permite leer con claridad sus metáforas. Mientras que Godless apela desde el título a una tierra dejada de la mano de Dios en una visión nihilista que tiene algo de tic de cine de autor. La más potente de las óperas primas de la Competición Internacional, el Leopardo de Oro pone de manifiesto sin embargo las carencias de Godless, que no puede presumir de la ambición formal, la madurez cinematográfica o la frescura de ideas de tantas otras películas a concurso.
El palmarés del jurado que presidía Arturo Ripstein también se mostró conservador en la selección del Premio del Jurado. Con Scarred Hearts, Radu Jude se distancia de las constantes del nuevo cine rumano como ya hizo en la anterior Aferim! Aquí adapta la obra homónima del escritor rumano Max Blecher en torno a su estancia en un sanatorio antituberculoso poco antes de morir a los veintinueve años. La película intenta encontrar su tono entre cierto clasicismo y el rechazo al academicismo, entre cierta ironía y la inevitable melancolía que lo acaba empapando todo. Resulta sobre todo interesante como retrato de una generación de jóvenes que ve capada sus ansias vitales y culturales a causa de la enfermedad que los obliga a recluirse. Si el Premio a la Mejor Actriz recayó en la protagonista de Godless Irena Ivanova, el del Mejor Actor fue para el veterano intérprete polaco Andrzej Seweryn por The Last Family de Jan P. Matuszyński, un curioso biopic en clave hogareña de dos figuras tan populares en Polonia como el pintor gótico-surrealista Zdzisław Beksiński y su hijo Tomasz, introductor de la cultura pop anglosajona a través de sus programas de radio. La película no se centra tanto en la vertiente pública de ambos como en su relación familiar en la que juega un papel clave la madre, la Felicidad Blanc de la historia. El Premio al Mejor Director reconoció el trabajo de João Pedro Rodrigues en O Ornitólogo, en este caso sí uno de los títulos más potentes del festival. Derek Jarman firmó el título pionero de cine queer, Sebastiane (1976), a partir de la apropiación del imaginario de un mártir cristiano. Rodrigues va más allá de le lectura gay de la figura de San Antonio de Padua para reformular su trayectoria en un proceso de transfiguración íntima, sensual y trágica en que la naturaleza deviene el espacio de lo fantástico. En el palmarés también hubo hueco para una mención a Mister Universo, donde Tizza Covi y Rainer Frimmel vuelven a adentrarse, como en La Pivellina (2009), en la forma de vida de la gente del circo aquí a través de la road movie que emprende un joven domador de leones en buscar del forzudo que años ha le entregó su amuleto de la suerte. La pareja de directores entronca desde un respetuoso realismo con la fascinación por este universo de otros directores como Federico Fellini.
Se quedó sin premio Correspondências, otra obra magna de Rita Azevedo Gomes en que la palabra cobra un protagonismo propio de otras épocas a través de la relación epistolar que mantuvieron durante décadas los poetas Sophia de Mello Breyner Andresen y Jorge de Sena. Un vínculo a través del cual Gomes aborda cuestiones como el exilio y la forma de entender la cultura en Europa y América. By the Time it Gets Dark de Anocha Suwichakornpong, quien se dio a conocer internacionalmente con Mundane History (2010), arranca como una metapelícula en que una joven cineasta prepara un film sobre una veterana activista que participó en los movimientos estudiantiles de oposición a la dictadura en los años setenta para convertirse, a mitad del metraje, en otro relato más complejo de determinar en que se acumulan los motivos propios de cierto cine asiático, desde la reencarnación y el budismo a la oposición campo/ciudad. Aunque de apariencia formal más simple, Bangkok Nites acaba resultando mucho más apasionante como incursión en las complejidades de la Tailandia contemporánea, sobre todo en relación a otros países asiáticos, desde el vecino Laos al más lejano Japón. Katsuya Tomita evita el dramatismo y el exploit hasta el punto que no aparece ni una sola escena de sexo en tres horas de película ambientada en su mayor parte en burdeles. En cambio el también japonés Akihiko Shiota nos brindó la ración erótico-festiva del certamen con Wet Woman in the Wind, una refrescante y vital actualización de las pinku eiga con una protagonista-tigresa que toma las riendas en lo que a iniciativa sexual se refiere. Fue una de las varias comedias de la Competición Internacional junto a Brooks, Meadows and Lovely Faces de Yousry Nasrallah, el director que estuvo presente en el Festival de Cannes 2011 con su radiografía de la primavera árabe After the Battle. La diversidad en un festival también se puede medir por la inclusión de una muestra de cine popular como esta comedia de enredos con sus dosis de erotismo, melodrama, musical y lucha de clases protagonizada por una estrella del cine nacional, Laila Ahmed Elwi. Parte de la gracia de Brooks, Meadows and Lovely Faces es que se no se ajusta al modelo de cine árabe para festivales como sí lo hacía la película egipcia programada en Cineastas del Presente, Withered Green de Mohammed Hammad, una nueva denuncia del papel de la mujer en el mundo árabe aquí a través de una dependienta de una pastelería soltera y huérfana que tiene que espabilarse para encontrar a algún pariente masculino que se avenga, tal y como manda la tradición patriarcal, a estar presente en la petición de mano de su hermana pequeña. Hammad retrata una sociedad donde la mujer queda sujeta a la obligación de contar con algún hombre para ciertos rituales sociales, de manera que queda imposibilitada de una emancipación real. El director sin embargo remata el film con una especie de “castigo” biológico que desactiva parte del discurso feminista.
En la deliciosa La prunelle de mes yeux, Axelle Roppert se decanta por adecuarse a los códigos de la screwball comedy clásica a la que añade esa capa de encantadora excentricidad marca de la casa, al tiempo que rinde un homenaje menos frívolo de lo que parece a Grecia a través de la reivindicación del rebético. Matías Piñeiro resuelve con nota su primera incursión norteamericana, Hermia & Helena, encomendándose esta vez a El sueño de una noche de verano de William Shakespeare. La comedia mantiene el gusto por las estructuras narrativas insólitas marcadas por la fugacidad del deseo de los protagonistas y consigue presumir de una original impronta neoyorquina sin dejar de ser un film típico de su director. La otra gran película argentina a concurso fue La idea de un lago de Milagros Mumenthaler, una obra más madura que su anterior Abrir puertas y ventanas en que se apela a la memoria de un padre desaparecido más desde el drama íntimo y evocador a la Víctor Erice que desde los supuestos del cine político.
Al contrario que otros miembros de la Escuela de Berlín como Maren Ade o Christian Petzold cuyos films tienden a audiencias cada más mayoritarias, Angela Schanelec radicaliza su estilo en Der Traumhaufte Weg, la película más incomprendida de la Competición Internacional por ser también la más insobornable. La alemana traza el camino de la desilusión de una pareja conformada por un británico y una alemana desde que se conocen en una Grecia ya en pie de guerra frente a la Europa de los mercados en los años noventa hasta el Berlín actual, en un film de férreo pero bellísimo estilo bressoniano.
Cineastas del presente y del futuro
El Palmarés de Cineastas del Presente mantuvo una mayor coherencia con el espíritu de un festival que ha convertido el riesgo en una de las razones de ser de su programación. El Leopardo de Oro en este caso reconoció la ambición formal de El auge del humano, primer largometraje del argentino Eduardo Williams, que lleva a cabo el seguimiento de tres grupos de jóvenes en tres zonas diferentes del planeta, Argentina, Mozambique y Filipinas, a través de un flujo continuo por las (im)posibilidades y las paradojas de la comunicación y la conexión en un mundo global. Los tres segmentos encajan no tanto gracias un relato unificador (la narrativa está reducida al mínimo) como por compartir motivos reiterados: la aparición de trabajos en precario o deshumanizadores, la vinculación con las pantallas y la paradoja de que los protagonistas formen parte de una generación digital en que el origen socioeconómico todavía condiciona profundamente. Sin que el film tenga nada que ver con los pastiches al uso del cine indie estadounidense, en sus imágenes resuenan los ecos de Gus Van Sant (vertiente Bela Tarr) o David Lynch (una de las secuencias clave es el plano subterráneo a través de un hormiguero que une el segmento mozambiqueño con el filipino), pero también de algunos de los representantes del nuevo cine asiático.
El Premio Especial del Jurado Cine+ recayó en The Challenge de Yuri Ancarani, una incursión documental en una suerte de rave halconera en medio del desierto de Qatar en que a través de la composición del plano se pone en evidencia el choque cultural entre tradiciones ancestrales y el exhibicionismo propio de los nuevos ultraricos. Entre las muchas escenas alucinantes del film destaca la del devoto musulmán que, en plena ruta hacia el encuentro halconero, se detiene a rezar junto a su Harley bañada en oro. El Premio a Mejor Director Emergente lo consiguió Tetsuya Mariko por Destruction Babies, mientras que la colombiana Viejo calavera conseguía una merecida mención especial. Kiro Russo se adentra en las profundidades de un pueblo minero a través de un trabajo fascinante con la imagen y el sonido en un dispositivo que, al contrario de lo que sucede a veces en este tipo de propuestas, no se sobrepone a las problemáticas, anhelos y vicisitudes de las personas que allí laboran y habitan.
El auge del humano también obtuvo una Mención especial del jurado encargado de seleccionar las mejores primeras películas, que en este caso se decantó por otro film argentino, la deliciosa El futuro perfecto, primer largo en solitario de Nele Wohlatz. La comunicación también es la clave de esta comedia en torno a la identidad, la inmigración y la juventud que poco tiene que ver con los films de realismo social al uso sobre estos temas. La película resigue cómo el aprendizaje y el conocimiento del español conforma la forma de relacionarse de la protagonista, una muchacha china recién llegada a Buenos Aires donde ya residían sus padres, con su entorno. De manera que, por ejemplo, el conocimiento del tiempo condicional le permite por primera vez plantearse diferentes opciones de vida. Dentro del mismo palmarés, el Premio Swatch Art Peace Hotel reconoció Gorge Coeur Ventre de Maud Alpi, una ficción que nos sitúa en la antesala de la muerte de un matadero de la mano de uno de sus trabajadores y de su perro. Sin que la cámara llegue a adentrarse en el lugar del sacrificio de las bestias, Gorge Coeur Ventre se acerca al miedo de los animales que intuyen el fin próximo a partir de enfocar sus ojos henchidos por el pánico ante los horribles chillidos que llegan de las cámaras contiguas. Alpi convierte al protagonista humano y su can en los depositarios de la conciencia ante este sufrimiento al tiempo que los enmarca igualmente en un espacio al margen de la civilización.
Las películas de directoras como Wohlatz o Alpi no fueron excepción en una edición del Festival de Locarno en la presencia de mujeres cineastas fue casi equivalente a la de hombres. Lo que permitió disponer de perspectivas femeninas a preocupaciones tradicionalmente masculinas como la del artista ante la página en blanco. Es lo que transmite L’indomptée, primer largometraje de Caroline Deruas, quien plasma su propia experiencia en la Villa Medicis, residencia italiana para creadores franceses donde pasó una temporada preparando precisamente esta película. El resultado es una autoficción con una vena fantástica de raíz surrealista en que los fantasmas de la protagonista cobran entidad real en ese espacio cerrado que es la Villa. Las vicisitudes de una mujer creadora comprenden desde zafarse de la sombra de la propia pareja (personaje a priori inspirado en la figura de su compañero Philippe Garrel), un hombre mayor y de prestigio ya consolidado en el mismo terreno donde quiere moverse la protagonista, hasta la necesidad de invocar los escasos referentes históricos femeninos. Deruas no ahorra cierta ironía a la hora de retratar este universo endogámico de creadores al tiempo que certifica el fin de una era en lo que a oasis culturales se refiere.
Confieso que la pantalla en negro de I Had Nowhere to Go de Douglas Gordon me pareció un recurso conceptual un tanto facilón aunque justificado y efectivo. Así el encuadre deviene una caja de resonancia del relato oral de Jonas Mekas en torno a su éxodo y exilio que se inicia precisamente con el recuerdo de cómo los soviéticos destruyeron las imágenes que él tomó con su primera cámara fotográfica. El texto escrito y narrado por el propio Mekas cobra todo el protagonismo y se sitúa sin problemas entre las obras imprescindibles sobre los supervivientes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, además de complementar sus propias diarios audiovisuales en torno al tema.
La relación entre los hombres y las bestias se convirtió en uno de los ejes temáticos de Locarno 2016, como también demuestra Las vísceras, uno de los tres cortos españoles a concurso. Elena López Riera emprende un retorno a una tierra natal en que la brutalidad hacia (no solo) los animales es un ritual seco y cotidiano que se transmite de generación en generación y, en cierta manera, también permanece en ese inconsciente colectivo que se expresa a través de la literatura y las costumbres populares. En A liña política, Santos Díaz encadena una serie de situaciones en torno a la necesidad de expresarse o no frente a la muerte de un ser querido a partir de un joven profesor de música taciturno que no habla de sus sentimientos hasta la secuencia final en un film que afina con precisión el grado de melancolía que maneja. Y con Mi amiga la luna, Velasco Broca se confirma como uno de los mejores directores de nuestro país a partir de un corto que integra elementos propios del surrealismo, las fábulas orientales, la religiosidad ancestral, la música popular y la fantasía humorística más inesperada. La película no solo conecta con una tradición centenaria de ese cine español que se ha movido al margen de lo institucional. También pone en evidencia unas inquietudes estéticas compartidas con otros cineastas actuales como Chema García Ibarra o Miguel Llansó.
Rehabitar la utopía
Signs of Life, que acoge fuera de concurso películas más arriesgadas o heterodoxas del festival, la mayoría firmadas por cineastas provenientes de otras disciplinas artísticas, es también la sección que este año ha presentado el nivel medio más gratificante. Aquí pudimos ver óperas primas como People That Are not Me en que su directora y también protagonista Hadas Ben Aroya radiografía las formas de relacionarse de la juventud en el Tel Aviv actual a través de un personaje que se mueve en ese difícil equilibrio entre el rechazo a la implicación sentimental y la necesidad de sentirse apegada a alguien. El veterano Júlio Bressane, que se está convirtiendo en un habitual de Locarno, presentó con Beduino otra variante de sus duetos de amor y aprendizaje en que un hombre y una mujer encerrados la mayor parte del tiempo en una casa dan vueltas a reflexiones nietzscheanas y representaciones surreales cargadas de filosofía y deseo. Bressane aprovecha para recuperar las delirantes imágenes de uno de sus films de exilio, Memorias de un estrangulador de loiras (1971), con ese psychokiller que asesina con una compulsión cuasi cómica a las chicas rubias que se cruzan en su camino. En Pow Wow, Raymond Devor (ese cineasta que nos cautivó hace unos años con Zoo, su aproximación al hombre muerto mientras practicaba sexo con un caballo) parte de una leyenda india, la del joven Willie Boy en fuga con su novia por el Valle de Coachella en lo que parece la versión nativa de Malas tierras, para reseguir la relación con ese territorio de los indios que todavía residen allí, confrontada a la de los blancos que han convertido la zona en un resort para ricos. Desde el encuadre y la estructura del film, Devor lleva a cabo una comparación continua entre estas dos Américas tan opuestas a través de una misma óptica etnográfica que escruta las leyendas, costumbres y mitos de ambas comunidades. Ninguna otra película, por cierto, ha convertido el carrito de golf en un signo tan evidente de la decadencia de la civilización occidental… También una aguda observación de la América actual es la que ofrece el debutante Theo Anthony en la espléndida Rat Film. Mucho más que The Wire con ratas, Anthony lleva a cabo una genealogía de la desigualdad social en Baltimore a través de la presencia de estos roedores y la relación que la ciudad ha mantenido con ellos en clave cultural, científica o de ocio. El documental combina con tanta agudeza como profundidad el seguimiento de personajes singulares como los aficionados a pescar ratas en callejones con su caña y anzuelo, el profesional de la desratización que trabaja a lo largo de toda la ciudad, o aquellos que las tienen como mascota o como alimentación de sus mascotas, con análisis muy pormenorizados de hasta qué punto la forma de usar estos roedores en diferentes experimentos científicos transparenta una forma de entender la organización social. Desde una acepción del cine ensayo más próxima a la tradición que representan Chris Marker y Alain Resnais, Fiona Tan también convierte en Ascent un motivo central, en su caso el Monte Fuji, en el detonante polisémico de su incursión en la cultura japonesa y sus relaciones con Occidente. La directora arma un hipnótica variante ensayística del cine de montaña donde el emotivo relato a dos voces, la de la narradora y la de su pareja nipona, marca a la manera de Hiroshima mon amour dos distancias focales frente a la realidad japonesa que simboliza el Fuji. Como Tan, el tándem polaco formado por Anka y Wilhelm Sasnal también proviene de otras disciplinas artísticas. Pero llevan ya unos años en el mundo del cine elaborado obras que combinan el cuidado trabajo con la imagen con un discurso crítico sobre la xenofobia en Polonia. Con The Sun, the Sun Blinded Me, firman una oportuna actualización de El extranjero de Albert Camus en que Meursault, además de ser runner, encarna el desapego y la falta de empatía ante los refugiados a partir de un rechazo que atraviesa buena parte de la sociedad polaca. Frente a la desolación moral que presentan la mayoría de films provenientes de la Europa del Este, la bosnia All the Cities from the North de Dane Komljen ofrece una lectura alternativa. Ambientada en una serie de viviendas abandonadas junto al mar, el film se acerca a la historia de amor entre dos hombres que ocupan una de las casas, relación que se verá alterada ante la aparición de un tercero interpretado, en un guiño metalingüístico, por el propio director. All the Cities from the North plantea, a partir de una reflexión sobre los proyectos arquitectónicos que pretendieron organizar nuevos tipos de sociedad que se combina con la relación íntima de los personajes, la necesaria pregunta de si es posible rehabitar las utopías truncadas del siglo XX.
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