Pierre Goldman era un polaco de origen judío. Su padre fue un héroe de la resistencia y su madre emigró unos años después. En su libro escrito en prisión, titulado Souvenirs obscurs d’un Juif polonais né en France, afirma que después de haber militado en grupos de la izquierda comunista y haber participado en diversas acciones guerrilleras en Venezuela, sintió la necesidad de atracar farmacias y delinquir para poder igualar a sus padres. Pierre Goldman fue condenado en 1969 a cadena perpetua acusado de haber asesinado a tres personas durante un atraco a una farmacia. La publicación de su libro fue un éxito y generó un debate dentro de la izquierda post-comunista, recibiendo el apoyo de intelectuales notorios, desde Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir hasta Simone Signoret, pasando por Jules Régis Debray, con el que Goldman estableció contactos. El apoyo de intelectuales sirvió para reabrir el caso y convertirlo en una especie de caso Dreyfus de los años setenta.

Cédric Khan parte de la reapertura del juicio para filmar su ejecución a lo largo de una película de dos horas centrada enteramente en lo que sucede en el interior de la corte. La fuerza de la película reside en que todo el contexto político que surge alrededor del caso se pone de manifiesto en las declaraciones de los testigos, las intervenciones de los abogados o fiscales. Khan es fiel a las actas del juicio y realiza, a partir de un extremo rigor formal, una gran película judicial tras la que surge todo un mundo político que sirve para comprender las tensiones del post-68. Tras las palabras cruzadas que escuchamos en la película podemos comprobar la inocencia de Goldman pero también su apego al lado oscuro de la vida. La ambigüedad marca la conducta del personaje, pero tras las declaraciones de los fiscales o de los miembros del jurado surge una reflexión sobre el antisemitismo francés y otras formas de racismo. Àngel Quintana


Fue la capacidad retórica de Pierre Goldman, en su libro Souvenirs obscurs d’un Juif polonais né en France, lo que atrajo a Cédric Kahn hacia su figura y su historia. Le Procès Goldman reconstruye el segundo juicio por el que se acusaba al activista de izquierdas a cadena perpetua, por cuatro robos y dos asesinatos, en 1975. Pero lo hace, precisamente, otorgando el protagonismo a la palabra, en un ejercicio de rigurosidad formal que, en sus similitudes con Saint Omer (Alice Diop, 2022), no se interesa tanto por la culpabilidad o la inocencia del acusado, sino por la fuerza del testimonio, por la búsqueda de la verdad a través del lenguaje (y del silencio). Pero hay también en la película de Kahn (como lo hay en la de Diop) toda una reflexión que señala a un contexto social, político y represor que estigmatiza, como corresponsable de los hechos: además de comunista, Goldman fue judío, hijo del Holocausto, y marido de una mujer negra.

La consideración de asuntos que tienen que ver con la frustración vital o la fragilidad que pone en riesgo la salud mental de Goldman (de nuevo en paralelo a Saint Omer), junto con la fuerza del convencimiento político, otorgan capas de lectura a una película que se rodó en pocos días, con el equipo completo de actores (principales y figurantes) todo el rato en el set y con tres cámaras grabando al mismo tiempo. La decisión del formato 4:3 añade a esa búsqueda de lo inmediato en las reacciones de los intérpretes un enclaustramiento que convierte el relato del proceso judicial en una especie de huis clos que también tiene algo, finalmente, de teatral. Jara Yáñez