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Contar una película desde el punto de vista exclusivo de un personaje es siempre un ejercicio de riesgo. Y riesgo es precisamente lo que asumen, a tumba abierta, todas y cada una de las imágenes de Las gentiles, la película con la que Santi Amodeo (Astronautas, 2003; Cabeza de perro, 2006) se reencuentra a sí mismo en un territorio –la adolescencia y la juventud desubicadas– que es un campo de minas para el cine cuando este pretende acercarse a su realidad sin paternalismo, sin ideas preconcebidas, sin una estructura predeterminada que asfixie a los protagonistas dentro de los márgenes impostados por la estructura de un guion hiperescrito.

Ana y ‘la Corrales’ (África de la Cruz y Paula Díaz, a cual más verdadera, más vulnerable y más auténtica en sus composiciones respectivas) conducen un relato que pronto prescinde de las ataduras argumentales tradicionales para convertirse en un tranche de vie filtrado por las redes sociales que constituyen el hábitat natural de las dos chicas. Los ritmos, los formatos y la estética propia de esas redes son también, de manera coherente, las que impregnan las formas del film, que no solo se acomodan de esta manera al modus vivendi de Ana y ‘la Corrales’, sino que, poco a poco, parecen convertirse en la propia piel destilada por un mismo cuerpo orgánico: el que forman –en asombrosa síntesis casi biológica– la película y sus protagonistas.

El milagro no tiene nada de espontáneo. Cuando esto se produce es siempre, y también aquí, el resultado de un exhaustivo y vampírico proceso creativo que exige el borrado de marcas, una cámara ágil más pendiente de la expresión corporal de los actores que del dibujo predeterminado de la planificación, un criterio de iluminación basado sobre todo en la luz natural, una disposición abierta para incorporar lo que ofrecen en cada momento las actrices y, en definitiva, una actitud que traslada un punto de vista, una mirada cinematográfica personalísima portadora de una dimensión ética en las antípodas del moralismo biempensante tradicional o de cualquier tesis redentorista al uso.

Y esto a pesar de un giro final harto discutible, en el que el cineasta parece sentirse obligado a ofrecer su propia valoración sin darse cuenta, quizás, de que esta ya se encuentra implícita en la actitud y en la distancia desde la que cuenta la historia y filma a sus criaturas. Ni siquiera esa innecesaria caída en lo denotativo puede borrar, sin embargo, la apabullante energía voltaica, la fiereza visual y la vibrante textura con las que las imágenes van dando forma a una historia que muestra toda la vitalidad y toda la fuerza existencial de sus protagonistas, pero también todo el desconcierto y el desamparo del que se sienten prisioneras sin llegar a exteriorizarlos nunca de forma expresa o didáctica.

Era muy difícil contar una historia que conduce en línea recta a la tentación del suicidio sin asomo alguno de trascendencia o tremendismo. Y Las gentiles lo hace de manera ejemplar y conmovedora, con una autenticidad y una verdad interior que hacía mucho tiempo que no veíamos en el cine español. Sus imágenes no solo nos ‘mueven el suelo’, sino que sacuden todas nuestras ingenuas certezas. Bienvenidas sean.