Nele Wohlatz apunta antes del visionado del largometraje: “Si os perdéis, no os preocupéis, para eso está el cine”. Dormir de olhos abiertos abre con un zoom in de Xiao Xin, mirando a ambos lados para encontrar su camino (detalle clave en esta cinta), perdida en un aeropuerto desconocido. Las postales de Recife, una ciudad costera situada en Brasil, se entrelazan con el metraje, en una nebulosa en la que la figura de Xiao Xin sentada en un banco, con los ojos cerrados y al sol, se vuelve translúcida en un ejercicio fílmico que ahonda en la pertenencia a los espacios. Wohlatz aborda las inquietudes de los migrantes a través de microhistorias cruzadas, frenadas por las frecuentes elipsis, reflejo de la propia búsqueda de la directora en un proceso creativo nómada truncado por la dispersión de su equipo en diversos países.

“Todas las palabras nuevas son frías”, escribe Xiao Xin en una de las postales mientras su antebrazo luce un tatuaje, en clave irónica, en el que se lee: Made in china. En un ejercicio observacional exigente de paciencia, la cámara se centra repetidamente en el acuario que decora el amplio salón de Kai. El sonido exterior amortiguado por el grueso cristal y los peces, de diversas tonalidades y fisonomías, cohabitan un lugar al que ninguno de ellos pertenece, al igual que el estrecho apartamento de Leo, natural de Argentina, es compartido con Fu Ang y Yan Zong, mientras conversan sobre los sabores ajenos de la comida brasileña y los olores, que se hacen con las prendas de ropa y con las paredes del domicilio, diferentes a los de un hogar que se encuentra a una vida de distancia.

Elena del Olmo Andrade