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Hoy comienza su recorrido en salas Sobre la marxa (el inventor de la selva), de Jordi Morató. La cinta puede verse en Cineteca de Madrid y en los cines Zumzeig de Barcelona. Rescatamos aquí el texto sobre la película publicado en Caimán CdC, Especial nº 4 (Abril de 2014):

José Manuel López.

“Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. […] Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera”. Así comienza La casa de Asterión, el relato en el que Borges serpenteaba a través del mito del Minotauro, y así podría comenzar también el relato de la vida de Josep Pujiula, el insólito protagonista de Sobre la marxa.

Combinando material de archivo con nuevas imágenes de aliento herzogiano, Morató nos cuenta la historia de este salvaje moderno que comenzó a inventarse su propia jungla en las cunetas de una carretera gerundense. Con sus manos desnudas levantó sus cabañas efímeras, sus nervudos laberintos de ramas verdes y sus torres almenadas de verticalidad desafiante, convirtiendo su jungla en un laberinto como Asterión hizo con su casa de infinitas puertas. Pero la película de Morató no se deja llevar por la fascinación por estas construcciones improbables (pero posibles), sino por el proceso cíclico y compulsivo de autoconstrucción y autodestrucción al que Pujiula dedicó casi cinco décadas de su vida. Siempre habrá algo que impedirá a Pujuila conservar sus creaciones: los vándalos, una nueva autopista o la burocracia, tanto da, y hasta tres veces destruirá su obra, volviendo a levantarla ‘sobre la marcha’ aún más intricada y compleja. Morató se centra acertadamente en el carácter póstumo (pero irreductiblemente vital) de este creador dionisíaco que incluso sobrevive a su epitafio, pues vuelve a levantar su jungla una vez más, aun después de haber terminado de excavar en la roca madre su propio sepulcro. Como el maestro Frenhofer de La obra maestra desconocida de Balzac, Pujiula no sabe poner el punto final porque no hay punto final: el proceso es el fin y el fin es el proceso.