Quizás la película más libre, más imprevisible y más misteriosa de toda la competición oficial. Sus imágenes realistas siempre el borde de lo lírico, de la metáfora y hasta de lo fantástico…, su relato entrecortado lleno de agujeros, de lagunas y de fugas que apuntan hacia dimensiones narrativas difíciles de descifrar…, sus personajes marginales y desclasados, ruinas humanas que malviven entre los desechos periféricos de las ciudades sin renunciar a un ápice de vitalidad, de alegría y de inventiva para sobrevivir en medio de la miseria…, ofrecen en conjunto un tapiz atravesado por todo tipo de grietas y permanentemente abierto a la especulación simbólica. Los ecos de Pasolini y de Fellini confluyen bajo la historia de un joven visionario cuyas dotes para localizar tesoros enterrados se ponen al servicio de una banda de asaltadores de tumbas etruscas en un pueblo a orillas del mar Tirreno. Un argumento que, contado así, resulta del todo insuficiente para dar cuenta de la riqueza de sugerencias, de situaciones y de personajes que convoca su desarrollo, bajo el que subyace el pálpito de una rica, ancestral cultura mediterránea y la dura radiografía social que ofrece de su realidad actual.
Pero La Chimera no es una película que proponga ningún tipo de discurso simplificador. Sus raíces más hondas y fructíferas están en el territorio del mito, de la leyenda y de los cuentos de hadas, por lo que su interpretación es irreductible a esquemas sociológicos o políticos convencionales. Su libertad de tono, su heterodoxo registro abierto y poroso, su capacidad para sorprender una y otra vez al espectador por la siempre imprevista deriva de su metraje (sus mayores virtudes, en definitiva) conviven, sin embargo, en varias ocasiones, con decisiones que parecen más caprichosas, con fragmentos prosaicos filmados de manera plana y con alguna que otra confusa decisión de montaje. Pese a todo, sus imágenes invitan a volver sobre ellas para zambullirse de pleno en su torbellino y para dejarse llevar por sus muchas veces gozosos misterios. No es poco. Carlos F. Heredero
Roberto Rossellini acostumbraba a explicar que cada vez que colocaba la cámara en las calles de Roma tenía la sensación de que algo se escondía tras lo visible. Rossellini hablaba de las muchas capas escondidas tras las calles de la ciudad, de las civilizaciones tapadas por el cemento y de los mundos antiguos que están en el presente. Una de las hijas gemelas de Roberto Rossellini, Isabella, interpreta en la película el papel de una vieja aristócrata que vive en un palacio en el que se acumulan las capas del pasado. Está en un mundo en decadencia, del que solo subsisten viejos restos. Su criada es una emigrada portuguesa llamada Italia, cuyo nombre metafórico indica la diversidad de razas y culturas. Bajo el palacio aristócrata hay una serie de viviendas insalubres donde viven los pobres, los desheredados del sistema, un lumpen proletariado que parece surgido de Accattone de Pasolini. También nos encontramos con una especie de personaje externo, Arthur, que como Lazzaro, atraviesa los diferentes mundos. Arthur tiene un don extraño porque es capaz de detectar con una misteriosa varita donde está el oro. Los pobres se dedican a profanar tumbas porque consideran que solo en la búsqueda de un posible tesoro existe la esperanza.
Alice Rohrwacher nos habla de múltiples formas de entender el tesoro. En el interior de las viejas tumbas hay vasijas antiguas, utensilios fabricados con bronce, alguna monera de oro y viejas estatuas. También están los frescos que han resistido más de dos mil años pero que como en Roma de Fellini pueden desaparecer en cualquier momento. El tesoro no es solo lo material sino también una idea de vieja civilización como la etrusca, que vivió en Italia antes que los romanos y cuyos códigos de libertad quizás esconden la vieja utopía reclamada. La chimera es una película bellísima, llena de poesía y con un gusto especial por el poder de las fábulas. Alice Rohrwacher parece hacer efectiva una vieja máxima del mayo del 68 en la que los manifestantes reivindicaban esconder las playas tras los adoquines. La chimera nos muestra cómo tras el cemento armado y las centrales eléctricas quizás haya sitio para la cueva del tesoro. Pero de qué tesoro estamos hablando. Franco Battiato vuelve a cantar y su poesía nos acompaña a la salida del cine, al acabar el festival.
Volano gli uccelli volano
Nello spazio tra le nuvole
Con le regole assegnate
A questa parte di universo
Al nostro sistema solare
(Gli Ucelli)
Àngel Quintana